ASISTIRÉ

Comunicación y democracia

ASISTIRÉ

Por Daniel Bello

Es común en estos tiempos asistir a debates y charlas, relatos y opiniones en torno al derecho humano a la comunicación, sobre todo si se tiene en cuenta que dejamos atrás el periodo 2015 – 2019. Corte histórico en el que el gobierno de Mauricio Macri no sólo favoreció la concentración monopólica del grupo Clarín sino también generó un enorme retroceso para el campo popular en lo general y el de la comunicación en lo particular.

Para colmo, las consecuencias de este retroceso, al menos en primera instancia, no se han modificado bajo el actual gobierno de Alberto Fernández.

Es por ello que asistimos a un momento histórico en el que parecen prevalecer -sin resolverse- las tensiones entre los Estados nacionales y las corporaciones tecnológicas transnacionales o sobre qué tan beneficiosas son las nuevas formas de conocimiento que existen en youtube o tik-tok y que han quedado evidencias tras la pandemia de COVID-19.

La foto de este momento indica que no se pudo alcanzar todavía una síntesis sobre cómo resolver los avances tecnológicos y las transformaciones sociales y políticas que se generan y, en consecuencia, hay una disputa que parece que sólo puede plantearse en términos de polarización.

De lo off-line a lo on-line

En enero de este año, y a propósito de la suspensión de las cuentas de twitter de una media docena de periodistas por parte del multimillonario Elon Musk, retomábamos unas palabras de Cristina Fernández de Kirchner en un acto en Avellaneda, en donde expresó: “(…) es necesario que, más allá de que a todos nos gustan las redes, el twitter y demás, también salir a hablar y explicar. Bajar, a tomar contacto con el barrio, con el barro, con la realidad. Hablarle a la gente”.

En segundo término, repasamos –entre tantas- unas de las declaraciones de Máximo Kirchner que se publicaron hace unos días en las que afirmó: “El Indio (Solari) ya lo tenía claro en el ’98, cuando en Alien Duce hablaba del «pequeño gran matón de la Internet». Se genera un submundo ahí que, la verdad, no ha traído resultados positivos. Hay mucha dirigencia política que entra a correr detrás de esas cosas, a buscar votos de cualquiera manera, cambiándose de sombrero para las fotos del nuevo post. Lo cual ocasionalmente genera mayorías, pero de forma artificial, porque después se disuelven, más allá del signo ideológico. Como ocurrió con la Primavera Árabe entre el 2010 y el 2012, un fenómeno alimentado por las redes respecto del cual Cristina dijo en su momento: ‘Esperemos, vamos a ver’, y que en efecto se frustró rápidamente”.

En ambas intervenciones, la invitación a dar el salto de lo digital a lo territorial está hecha, pero ¿se comprende que no se plantea como una dictomia?

Si repasamos, es cierto que aquella primavera árabe fue organizada desde las redes sociales digitales (RDS), y que fueron fundamentales para ello, pero también es cierto que ni Twitter ni Facebook fueron las plazas de Tahrir o Al-Qaied sino que lo fueron los miles y miles que se movilizaron hacia ellas tras darse cuenta que no estaban solos y solas.

Fue la acumulación y la articulación de la militancia territorial que entraba en el juego a lo digital (de lo off-line a lo on-line) la que buscaba organizar el descontento y potenciar la movilización.

Sin embargo, aquella primavera pronto fue inv(f)ierno.

El proceso de consolidar lo que sobrevino luego del impacto del “basta” y que originó un cambio no se pudo traducir en “algo mejor”.
Es necesario marcar algunas cuestiones para al menos tener una idea de qué ocurrió:

  • Había una acumulación -y acuerdo- en base al objetivo de frenar a gobiernos autoritarios (Zine el Abidine Ben Ali en Túnez o Hosni Mubarak en Egipto), que generó fuertes vínculos en les movilizades. Tenían una causa común.
    Sin embargo, no había una base o programa consensuado para el después.
  • Muchos de les manifestantes encontraron, luego de años de opresión, la oportunidad de saborear la libertad de disentir y de poder expresarse sin represalias entre la multitud, lo cual cargó de coraje a muchos que nunca habían participado de algo colectivamente y de gran convocatoria.
  • No existía un movimiento nacional y popular organizado que ordene desde la política y que tercie en favor de la población. Alguno dirá, y con razón, que no existe el peronismo en Túnez ni en Egipto.

Tecnología y deshumanización

Es interesante también rescatar cuando Máximo indica: “Crecimos escuchando aquel tango que nos describía con la ñata contra el vidrio, pero hoy vivimos con la ñata contra la pantalla, viendo un montón de cosas a las que no vas a poder acceder nunca, porque el mundo se está achicando, le rinde a menos personas cada vez. Y en ese contexto fermenta la carga de violencia que hoy vemos: sin contenido, vacía, llena de odio, de desprecio por el otro, la deshumanización de la política y de las personas[1]. Todo eso no puede sino traer consecuencias. Están jugando con cosas que no tienen repuesto”.

Si bien no es menor la mención a que se genera violencia desde la frustración, lo dicho sobre la deshumanización de la política y de las personas toma un particular relieve.
Ese proceso, en el que personas pierden, o son despojadas, de sus características humanas, ha sido parte del mecanismo que la última dictadura genocida utilizó para eliminar sistemáticamente a la resistencia popular para implementar un modelo económico de exclusión, hambre y miseria planificada.

En tecnología, a las personas que se las señala como aisladas y alienadas también se dice que atravesaron ese proceso para explicar cómo terminaron así.
Esto también genera –entre otras cuestiones- lo que suele llamarse tecnofobia.

Sin embargo, en muchos casos, esa fobia se produce, por ejemplo, producto de cómo se afecta el medio ambiente por la extracción de litio para baterías de celulares.
Sin embargo, en muchos casos, la aversión se debe –y fortalece- por un rechazo a todo aquello que en el mundo digital “no se maneja”, que se aleja de “lo que conocemos”, de nuestros hábitos y costumbres y, en definitiva, se opone resistencia a un cambio que ocurre más allá de nuestros deseos; como ocurrió durante la pandemia y la necesidad de aprender a crear charlas virtuales mediante zoom tanto para el trabajo como para el ocio, pese a que hoy parezca que ya sabíamos cómo funcionaba desde siempre.

En este sentido, la tecnobofia puede llevar a autoexcluirnos, a la inmovilización y a alejarnos de procesos y acciones de las que necesariamente deberíamos formar parte.

El filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul, como si de un doctor se tratase, suele brindar algunos diagnósticos en sus escritos[2]:

La comunicación digital supone una considerable merma de las relaciones humanas. Hoy estamos todos en las redes sin estar conectados unos con otros. La comunicación digital es extensiva. Le falta la intensidad. Estar en la red no es sinónimo de estar relacionados. Hoy, el tú es reemplazado por un ello. La comunicación digital elimina el encuentro personal, el rostro, la mirada, la presencia física. De este modo, acelera la desaparición del otro. Los fantasmas habitan el infierno de lo igual. (Chul Han; P. 50).

Aunque es difícil no acordar, en un principio, con este diagnóstico, es difícil encontrar en los textos de Han los argumentos (¿remedios?) para esos males.

Las conclusiones de Han pueden ser utilizados –voluntariamente o no- para alejarse de espacios que necesitan de la participación popular para (re)politizarlos, a la vez que elimina en el mismo movimiento cuestiones como la presencia del Estado para resolver las tensiones que generan “los virus” de sus diagnósticos -a lo que sí le pone nombre: el capitalismo, neoliberalismo, dominación o poder y control-; el rol de los sindicatos que velen, ya no sólo en términos clásicos por los derechos laborales, sino que comenzaron a ocuparse también del terreno digital; o que muchas de las disputas por alcanzar “la esperanza” que “es lo único que nos permitiría recuperar aquella vida que es más que una mísera supervivencia”, también se disputan dentro del mismo espacio que Han primero se encargó de vaciar.

En 2011, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó una resolución para la “promoción, protección y el disfrute de los derechos humanos en Internet”.

Desde ese momento quedó establecido que el derecho de acceso a Internet es fundamental para todes quienes habitan el mundo; que deben tener garantizada la conectividad, el acceso a la infraestructura y a los servicios de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) de manera equitativa, económicamente accesible y con una calidad adecuada.

En junio de 2016, el Consejo de Derechos Humanos indicó mediante una resolución que reconocía “que, para que Internet mantenga su naturaleza mundial, abierta e interoperable, es imperativo que los Estados aborden las preocupaciones relativas a la seguridad de conformidad con sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos, en particular en lo que se refiere a la libertad de expresión, la libertad de asociación y la privacidad”.

Entonces, “aun cuando simpatice con la crítica de la economía política, según la cual la incautación de privacidad es una consecuencia directa de la comoditización de los medios sociales, a menudo tengo la impresión de que esta confrontación entre usuarios y propietarios resulta poco productiva a la hora de generar explicaciones” (Van Dijck, 2016).

En estos tiempos de plataforma y redes sociales digitales no se puede optar por renunciar o evadirse del terreno digital para defender libertades, derechos y garantías.

La defensa del derecho humano a la comunicación debe plantearse de manera complementaria, no puede plantearse en una polarización sobre el uso de las RDS; en todo caso, “la polarización” puede surgir tras debatir si optamos por un Estado presente y eficaz a la hora de actuar o si éste está ausente.

De si nos ocupamos de los virus que diagnostica Han o si dejamos que avancen y que el daño que generen, repercuta en nuestra democracia y vida cotidiana.


[1] El resaltado es propio.

[2] HAN, Byung-Chul, No cosas. Quiebras del mundo de hoy, traducción de Joaquín Chamorro, Madrid, Taurus, 2021, 139 p.