LLEGÓ EL MOMENTO DE LOS BIOINSUMOS Y DE LA AGROECOLOGÍA
Por Ingeniero Agrónomo Martín Bentancud*
Muchas veces escuchamos la frase “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”, como si lo viejo buscara blindarse en si mismo pactando con subgrupos de interés para que se mantengan las cosas como están, controlando y profundizando esta mirada. Por otro lado, el nacimiento de lo nuevo, de propuestas alternativas y del uso de la creatividad para resolver las problemáticas del “viejo” modelo, corriendo con la desventaja del desconocimiento de muchos actores y con grupos de interés todavía no muy afianzados.
Esto sucede hoy en materia de insumos agropecuarios para la producción de alimentos. Son innumerables las notas que hablan sobre el tema, buscando sostener lo viejo, que no es más que una crisis energética global acentuada por la pandemia advertida desde hace muchos años. En el modelo convencional del viejo paradigma productivo, nuestro país ha descansado en una enorme pérdida de soberanía, ya que la mayoría de los insumos necesarios para producir alimentos se importa, siendo dos de ellos fundamentales: las semillas y los agroquímicos.
En materia de semilla, cuatro empresas (Monsanto-Bayer, Syngenta-ChemChina, Corteva y BASF) controlan el 60% del mercado mundial facturando más de 70.000 millones de dólares anuales, donde Argentina es el décimo en importancia con una participación del 3%. Por el lado de los agroquímicos, solo en fertilizantes tenemos una participación mayor, donde aproximadamente el 65% del fertilizante utilizado por la actividad proviene de la importación y el 35% corresponde a la industria nacional.
Como podemos ver, este modelo de insumo-dependencia se encuentra atado al mercado exterior, donde China e India generan el 70% de los agroquímicos a nivel global. Sumado a que desde el 2017, China cambio su política ambiental y energética, se veía venir el colapso de este modelo productivo, ya que muchas de estas fábricas cerraron o disminuyeron su volumen productivo adecuándose a las nuevas normas sustentables.
A esto que ya venía pasando, se le sumó la pandemia que profundizo la crisis de producción de insumos, de energías, de presencia laboral, de capacidad productiva y de logística global. Por ejemplo, en este último punto surge un gran cuello de botella para las grandes distancias, debido a que todavía no se ha vuelto a los niveles de movilidad pre-pandémicos.
Por último, podemos afirmar que este viejo paradigma de producción de alimentos con insumo-dependencias, no es productivo. En los últimos 10 años hemos perdido a nivel global más de 2000 hectáreas/día debido a la salinidad que generan estos productos. Se ha erosionado la biodiversidad de las especies con su consiguiente desertificación, generando resistencias en las malezas y en las plagas. Y así, aumentamos la dependencia de estos insumos. Este paquete tecnológico ha disminuido el rendimiento y la capacidad productiva de nuestros suelos. Y como si fuera poco, se suma el gran daño ambiental y las intoxicaciones que vemos año a año en los consumidores, con sus consiguientes prohibiciones de algunos de estos productos.
Bioinsumos y agroecología como una respuesta
Uno de los problemas del modelo anterior es la gran pérdida de biodiversidad, lo que ha generado que los suelos se vuelvan improductivos. Por ello, una de las herramientas a utilizar para la recuperación de los mismos son los bioinsumos. Es decir, insumos de característica biológica benéfica, donde la mayoría de ellos son de fabricación nacional, teniendo un ritmo de crecimiento sostenido desde hace 5 años a una tasa de 18% anual. Según datos de la Cámara Argentina de Bioinsumos (CABIO), en 2018 existían unas 88 empresas productoras de inoculantes/biofertilizantes y otras 15 que ofrecían biocontroladores. Las proyecciones de la entidad indican que para el 2022 el sector podría alcanzar los 300 millones de dólares anuales comercializados.
Los bioinsumos son la puerta de entrada para muchos productores a la agroecología, que incluye además técnicas de manejos prediales distintas al tradicional monocultivo, sosteniendo los policultivos en los predios, lo que permite también la aparición de predadores naturales para las plagas (inexistentes en el modelo anterior). Es un manejo distinto donde se le da vida al suelo, no se lo considera muerto, fomentando la biodiversidad, incrementando la materia orgánica y las interacciones biológicas. Se trata de un sistema ecológicamente intensivo, donde se pueden usar los recursos locales de cada ecosistema.
Ya no son pocos los productores que se dedican a esto. El censo nacional agropecuario de 2018, habla de más de 6.000 explotaciones agropecuarias entre agroecológicas y orgánicas, siendo el consumidor un gran impulsor de estas prácticas, ya que prefiere otro tipo de alimentos, sobre todos en aquellos vinculados al paradigma anterior, principalmente los de consumo directo.
Desde el lado económico para los productores, un modelo agroecológico es igual de productivo, incluso mayor, debido a la diversidad de cultivos y mercados, y gracias a los menores costos (alrededor de un 40% a 60% debido a un mejor aprovechamiento de los recursos locales y menor dependencia de los insumos de síntesis química).
Por lo tanto, ante toda la conflictividad en la que se encuentra el modelo anterior, es necesario que desde el Estado se avance en políticas que fomenten a los bioinsumos y la agroecología. Ellos son la respuesta a toda esta crisis. Está claro que no va a ser fácil, ya que del otro lado hay gigantes históricos que no van a dar el brazo a torcer. Pero ¿no será por eso que Argentina, siendo pionera en la región con esta industria del conocimiento, todavía no tenga ley de bioinsumos y de agroecología?
*Miembro del Observatorio Rural y agropecuario de Mendoza (http://www.oram.com.ar/)