LA TRINCHERA DE LA DOCENCIA Y UNA INTEGRACIÓN EN PROCESO

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LA TRINCHERA DE LA DOCENCIA Y UNA INTEGRACIÓN EN PROCESO

Por  Sebastián Quevedo y Ludmila Centurión Girola
Fotografía: Cecilia Markic

La mayor parte de la comunidad docente tiene sobre sí misma y, su rol social, variedad de tipificaciones que se ven condicionadas por diferentes cercos sociales que construyeron su capital simbólico por más  de un siglo.

Esta formación, a lo largo de su vida académica, está plagada de innumerables exponentes que, a su vez, son inconexos y desproporcionados a la hora de generar un nuevo capital simbólico.

Por esto, es fundamental, replantearse cada reflexión sobre cómo se definen a sí mismos y, cómo significan su tarea diaria acerca de su rol “docente”: ¿es un oficio? ¿un trabajo mecanizado? ¿una profesión que conlleva demanda y obligaciones sociales? ¿es una vocación?dsc_9042

El análisis parte del contexto en el cual los sujetos en proceso de formación como educadores están sumergidos en teorías y corrientes de pensamiento, que a su vez, plantean una posición “dicotómica” sobre cómo concebir la escuela. Tal es la premisa, que hay una claro y evidente predominio de inconexión filosófica-pedagógica-didáctica. La multiplicidad de interpretaciones sobre la nueva Ley Nacional de Educación es un claro ejemplo de que esta transversalidad de contenidos no hacen más que posicionar a los formadores de docentes en claras posiciones distantes a la hora de  trabajar un mismo contenido.

En esta dicotomía encontramos una primera postura que plantea al docente como un catalizador de subjetividades y cultura. Un absoluto repetidor de contenidos preestablecidos que se relacionan más con su capital cultural que con el modo en el que está formulada la Ley Nº 26206 desde su estructura, que establece los principios, derechos y garantías tanto de los docentes como de los estudiantes; los derechos y las obligaciones de los distintos actores de la comunidad educativa planteando una síntesis teórica en línea a una conciliación de posturas tradicionales sobre la educación. Lo que sucede, a instancias históricas, es que parte del cuerpo docente hace caso omiso a las previsiones de dicha ley -lo que es peor aún- mancilla fuertemente desde su perspectiva unidireccional, el espíritu que esta ley trae como fórmula embrionaria. De este modo, fortalecen el sistema expulsivo de una Escuela Liberal que debería haber quedado en un pasado (con la Ley Federal de Educación Nº 24.195 del ´93) pero que todavía posee fuertes cimientos dentro de nuestras casas de estudio.

En contraposición, encontramos una segunda postura, en la que el análisis sociológico atemporal sobre la lucha entre el “orden establecido y la resistencia” parece decidido a fortalecer una intención individual, rozando la panacea heroica, en vez de plantearse una posición consensuada, un colectivo educativo en donde cada actor sea, indefectiblemente, parte imprescindible de una cadena educativa que intenta recomponer el entramado social activo. Para así, hacer de la “escuela” un espacio vital y dinámico donde se visualice a cada ciudadano como sostén inclaudicable de una mayoría que sepresenta, como mínimo, con derecho a interpelar.

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En definitiva, y a grandes rasgos, encontramos a una parte de los docentes, que conciben su rol como un trabajo entre tantos otros trabajos (es decir, un trabajo que solo se relaciona con  un salario, un tiempo estipulado, un esfuerzo, etc.). Y en otra vereda, a aquellos que adhieren a la teoría que expresa que, ser docente es ser funcional a la reproducción del orden establecido en el marco de un Estado al servicio de la burguesía, de un aparato opresor que mantiene la dicotomía entre lo  hegemónico y lo que resiste en el seno del pueblo.
Ambas situaciones, consciente o inconscientemente, tienen  como  único fin  diluir el  poder político con el que cuenta cada educador.

La tercera posición docente

Pero qué pasa cuando nos encontramos con una tercera postura. Aquella que plantea un sistema educativo no expulsivo, en donde el Estado, presente en todas sus estructuras,  requiera de una nueva forma de repensar el sistema educativo a través de la preocupación y ocupación por deconstruir la demonización que ha sufrido el sistema democrático.
El fomento del pensamiento crítico y la aplicación de políticas públicas en pos de la igualdad de condiciones que deriven en la integración de clases como, asimismo, una fuerte tarea social, son dos condiciones irrefutables que el docente formador y el docente en formación, deben replantearse al momento de elegir esta trinchera que es la “docencia”.  Porque no cabe duda de que las herramientas con las que cuenta nuestro actual sistema educativo tuvo su correlato inmediato en decisiones políticas que han elevado, enormemente, la fundamentación del rol y la práctica docente. Es decir que esta corriente plantea reconocer, a través de sus elementos teóricos, el “docente como trabajador”.

Esta tercera opción, además, tiene en sus cimientos la concepción del docente como educador militante, no militante de tal o cual partido político, sino militante de su propio accionar diario, militante activo de la docencia. Porque ésta es, sin lugar a dudas, la vocación que tiene en sus manos y la obligación de comunicar que de ella depende el porvenir de los estudiantes como de los docentes. Este debería ser campo obligatorio para aquellos que decidan formar parte de este gran colectivo que tiene destinado el futuro de la sociedad.  Obligatorio porque en los últimos años de nuestro país, en el que  el presupuesto en Educación ha sido el más alto de la historia, se ha utilizado la idea de  “política como herramienta de cambio” como parte de un paradigma de la época, sin embargo, es más que claro que la propuesta educativa desde el intercambio de saberes, el fortalecimiento de multiculturalismos y las igualdades marcadas desde la pluralidad, presentan un grave ausentismo a la hora de su praxis.

Así, encontramos hoy un Sistema Educativo Nacional inclusivo, multicultural y plural, que esperadesde su nacimiento en  2006 que se haga carne en sus actores con el objetivo de comenzar a recorrer el camino que fomente el empoderamiento de lo contra hegemónico. Y que dé lugar a la formación de una generación heterogénea de ciudadanos críticos capaces de solucionar problemáticas futuras de carácter político, económico, social y cultural acorde a lo que este país y su región necesitan.

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Así es que podemos mencionar que el voto a los 16 años fue posible solo porque hubo una planificación educacional, que impulsó que una cantidad de actores no reconocidos anteriormente por el sistema electoral manifiesten intereses y preocupación por la importancia del compromiso político para consolidar la Democracia participativa y la recuperación del concepto de ciudadano.

Es imperante dejar de pensar el rol docente como solo dos meras posturas dicotómicas que dejan por fuera el entender al proceso educativo articulado con un Estado presente. En definitiva, repensar a los educadores como trabajadores de la educación, es una tarea que todavía está por realizarse, pero que de ella depende consolidar el espíritu necesario para que cambiar el mundo como un acto de justicia tangible deje de ser una utopía y se convierta en una realidad efectiva.