LO ESPONTÁNEO Y LO ORGANIZADO

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LO ESPONTÁNEO Y LO ORGANIZADO

Por Gustavo Vera

La historia política reciente de nuestro país discute sobre la idea de lo espontaneo y lo organizado. La lucha por el sentido se da en términos de lo que surge de “la nada” versus lo que fue planeado. La práctica política se debate entre eso que hacemos y entre lo que hacemos pero decimos que no hacemos. Y según el momento, cada paradigma adquiere mayor luz o legitimidad.

El debate se vuelve más grande cuando podemos asociar a estas dos ideas en el marco de sistemas de pensamientos que responden a una lógica ideológica-temporal, como grandes líneas rectoras de la praxis política. La modernidad es, sin dudas, la época de lo planeado, de lo organizado con antelación. El mundo puede “marchar” para cualquier lado, porque decidimos ponerlo en marcha, las condiciones objetivas se “crean” porque se radicalizaron las subjetivas, con un mínimo de organización para que esto suceda. Por otro lado, la posmodernidad es el plan del no plan. No hay construcción, hay deconstrucción. El fin de las ideologías es, sobre toda las cosas, el fin de la organización como forma de práctica política. La muerte de lo colectivo en pos del triunfo de lo individual.

La verdadera modernidad en la Argentina alcanza su punto culmine con el Peronismo, que es el primer relato planificador con real vocación de poder que tuvo nuestro país. Y aquí se podrá decir que el peronismo como construcción moderna de la política nace de un hecho espontáneo. La respuesta es no. El 17 de octubre es el resultado de dos años de acumulación de poder y construcción política que el propio Perón realizó desde la Secretaría de Previsión y Trabajo Social. El 17 de octubre es una realidad, gracias a la agudización de las contradicciones que se habían dado de manera organizada. Su ebullición y puesta en escena es el resultado de un plan y no de voluntades aisladas que se encontraron en Plaza de Mayo ante lo que creían (y era) una injusticia.

A la modernidad la degolló sin miramientos en la Argentina la última dictadura cívico-militar. Pero es durante el Menemismo en donde el relato posmoderno alcanza su mayor efervescencia. Y aunque el término relato casi parece un oxímoron de posmoderno, es la mejor forma de ilustrarlo. Porque no puede haber relato de lo que no es relatado, y, sin embargo, sí. Si en algo triunfó la posmodernidad es en instalar que no hay plan político en su plan político. Aunque relamida y usada hasta el hartazgo la idea de “la mano invisible del mercado” es la que mejor ejemplifica esta cuestión. No se puede pensar lo que es invisible, no hay posibilidad de traer a la luz lo que no se ve, no se puede responsabilizar si algo salió mal a lo que no fue hecho por nadie y sobre todo (y esto es lo más importante) no se puede combatir. Cuando Foucault decía que el poder lo que hace es circular y que no se trata solamente de dibujos de base y superestructura, tal vez, lo que quería decir es que la posmodernidad lo que hizo fue desaparecer al poder, volverlo invisible, cuestión que lo hizo aún más efectivo, con la consiguiente desorganización y desarticulación de todo esfuerzo colectivo de combatirlo.
Tan efectivo fue el posmodernismo en su tarea, que la manifestación política que vino a decir basta a esa forma de hacer política, fue profundamente posmoderna y anti moderna.

Tal vez sean los organismos de derechos humanos, muy especialmente los familiares de las víctimas del Terrorismo de Estado, los que mejor resistieron al avance de la marea atomizadora. Herederos de modernas tradiciones políticas, estos organismos asumieron, con las dificultades enormes que acarraba la tarea, la práctica política desde una mirada colectiva. Pero también, hay que nombrar en esta tarea a nuevas experiencias de agrupamiento de trabajadores que recuperaban las tradiciones más combativas del sindicalismo de la resistencia peronista.

La irrupción de un gobierno de componente puramente moderno como fue el que comenzara Néstor Kirchner en el año 2003, volvió abrir el debate que parecía saldado (o acallado) sobre lo “espontaneo” y lo “organizado”. Desde bien temprano se deslegitimó toda idea de organización política, asociándola a prebendas clientelares. Esto alcanzó su punto máximo cuando, en  2008, el conflicto de la 125 puso en la cúspide de la ola, a la idea posmoderna extrema del “auto-convocado”. El auto-convocado es el ideal del sujeto posmoderno. El que se convoca sólo, a nadie le debe nada, de nadie depende, a nadie le rinde cuentas: no tiene obligaciones partidarias, no es un sujeto político, en resumidas cuentas no está organizado, su práctica no fue planeada con antelación.
El voto “no positivo” de Julio Cobos pareció sepultar todo atisbo de regreso de la organización como forma de hacer política. Sin embargo y, en alguna medida sorprendiendo a propios y extraños, el Kirchnerismo subió la apuesta y poco a poco formó las organizaciones políticas de su proyecto, que volvieron a hacer de la práctica, una actividad colectiva, pensada y visible para todas y todos.

Hoy y parafraseando a Portantierto (que vaya paradoja, supo ser tan moderno como posmoderno) nos encontramos en un momento de empate hegemónico entre la idea de la política como organización y los que siguen apostando a la atomización de la práctica. Pero con una ventaja con respecto al pasado: en estos años ya todo se ha puesto a la luz, nada queda invisible. Al poder, aunque se mueva por todas partes como decía el gran Michel, lo podemos ver, lo podemos identificar sin dificultad; y esto, en un país donde hubo centros clandestinos donde se torturaba y asesinaba gente a la luz del día, no es poca cosa.