LAS OTRAS DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO
Por Beatriz Chisleanschi
Ni diosas, ni últimas en la escala social. Ni inmaculadas, ni brujas. La mujer, o mejor aún, las mujeres, ubicadas durante milenios en el lugar de complemento, o de servilismo del hombre, del varón, del macho, han sido desplazadas de la política, de la ciencia, del arte, de la historia.
Sin embargo, fueron muchas las que han dejado su huella y que, con pasión, habilidad y coraje se han rebelado al lugar que les tenían asignado. Por fuera del relato de bronce que nos contaron los libros, el proceso revolucionario que desencadenó en el 25 de Mayo de 1810 contó con mujeres que actuaron y conspiraron a favor de la libertad y el fin de la dominación española.
Quien quiera oir que oiga
“Si la historia la escriben los que ganan (los hombres) eso quiere decir que hay otra historia (la de las mujeres), la verdadera historia.”
Las hubo de la alta sociedad, esclavas o guerreras. Las hubo espías y emisarias, persuasivas y agitadoras. Unas y otras, desde sus lugares alzaron el grito de libertad y fueron artífices también, de la Revolución de Mayo.
La escritora Virgina Woolf advertía en una conferencia dada en el año 1929 que, “una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. Podríamos decir que, en plena época de peinetas y miriñaque, tener una gran habitación y dinero, también era una condición necesaria para escribir la revolución y la participación de varias mujeres de la alta sociedad del momento, dan cuenta de ello.
La rebelde María de Todos los Santos Sánchez de Velazco Trillo, más conocida como Mariquita Sánchez de Thompson, que pasó a los libros de historia por haber puesto su piano al servicio de Vicente López y Planes para tocar por primera vez el Himno Nacional Argentino, tuvo una vida que fue más allá de los acordes de la canción patria, hecho del cual, por otra parte, no hay registro histórico. En los albores del siglo XIX se opuso a entablar matrimonio con un rico comerciante al que le habían designado y llegó hasta el Virrey Sobremonte para que la autorice a casarse con su gran amor y primo, Martín Jacobo Thompson. Ese espíritu insumiso se vio reflejado años más tarde cuando abrazó, sin dudarlo, la causa revolucionaria y se convirtió en su ferviente colaboradora . Fue así que puso su casa de la calle Umquera (actualmente Florida) al servicio de los debates, las tertulias, el armado y desarmado de alianzas políticas y la formación de asociaciones públicas como la Sociedad Patriótica o privadas como la Logia.
Pero Mariquita no fue la única. Casilda Igarzabal, casada con Rodríguez Peña, fue otra de las mujeres adineradas de la época que se sumaron a la lucha contra el Virreinato. Nicolás Rodríguez Peña era dueño, junto a Hipólito Vieytes, de la famosa Jabonería Vieytes que fue centro de encuentro para debatir las corrientes filosóficas y culturales de la época o sobre los movimientos emancipatorios que se daban en Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos, al punto de convertirse entre los años 1804 y 1810 en una de las sedes deliberativas y secretas del Partido de la Independencia. Si bien Casilda no participaba de esas reuniones clandestinas, que eran privativas de los varones, sí se sumaba a las tertulias que compartía con Mariquita, Flora de Azcuénaga, Melchora Sarratea y las señoras Mercedes Lasala de Riglos, Isabel Agrelo o Ana Estefanía Riglos, varias de las cuales no sólo ponían los salones de sus mansiones a disposición de las reuniones clandestinas de los criollos revolucionarios, sino que hicieron importantes donaciones en dinero y joyas para equipar a la expedición que partiría en 1810 al Alto Perú.
De carácter aguerrido, Casilda Igarzabal organizó a alguna de estas damas para ir a pedirle al Coronel Cornelio Saavedra una definición a favor de la revolución y contra el virreinato. Encuentro que devino en el Cabildo Abierto del 22 de mayo.
Pero no sólo las mujeres adineradas realizaban donaciones. María Eusebia Segovia fue una esclava que donó 1 peso fuerte y, con dos hijos, se puso al servicio de cocina. Juana Pavón fue otra esclava que sacrificó los 2 pesos fuertes que tenía destinados para vestimenta a favor de la expedición.
Otra mujer importante en nuestra historia, especialmente por sus relatos, fue María Guadalupe Cuenca, la esposa de Mariano Moreno, quien no sólo apoyó la trayectoria política de su marido sino que, cuando Moreno se embarcó rumbo a Londres, ella le escribía cartas de amor en las que, entre palabras románticas relataba lo que sucedía en Buenos Aires. Esas cartas nunca llegaron a su destinatario pero, fueron reunidas por Enrique Williams de Álzaga que las devolvió de Londres sin abrir, constituyéndose en un documento fundamental para conocer el destino del grupo morenista y los acontecimientos pos 25 de Mayo.
Los ingleses no se salvaron de la hidalguía de las mujeres, un ejemplo de ello fueron Martina Céspedes y Manuela Pedraza. Ambas jugaron un rol muy importante durante las Invasiones Inglesas. La primera tenía la habilidad de hacer pasar a los ingleses a la pulpería que atendía, los emborrachaba con aguardiente y luego los dejaba prisioneros. En tanto Manuela, conocida como la Tucumanesa, los combatió en 1806 junto a su marido y continuó sola después que a éste lo asesinaran llegando a recibir el título de Subteniente de Infantería.
En el año 1812 la Revolución corría peligro, los españoles planeaban una contraofensiva que entraría por Montevideo. Muchas mujeres de Buenos Aires se reunieron y conformaron la Sociedad Patriótica y escribieron una carta dirigida al Triunvirato que es un ejemplo de la lucha femenina de la época. En tanto, en el Norte, la ayuda era más activa, había quienes actuaban de espías, quienes hacían de correo y quienes empuñaban armas. El emblema de estas mujeres de armas tomar es Juana Azurduy, la flor del Alto Perú que causó importantes daños al ejército español.
La salteña Juana Moro de López fue una “bombera”, con este apodo se conocía a las mujeres que recababan información en cuarteles enemigos, que convenció al Marqués de Yavi para que desertara de las fuerzas realistas y se sumara a los revolucionarios. En tanto, Loreto Sánchez de Peón de Frías registraba el número de las fuerzas enemigas cuando ingresaba disfrazada a la tienda de los cuarteles donde se repartían los víveres.
Algunas conocidas, como las recientemente mencionadas, otras no, pero previo a 1810, durante los acontecimientos de mayo y en los siglos venideros fueron muchas las mujeres que pelearon por una patria libre y soberana.
La patria es la otra
Como en una familia, los silencios hablan, aún cuando se los pretenda callar. La historia patriarcal y androcéntrica pretendió hacer desaparecer a las mujeres que jugaron un rol en la construcción de nuestra patria. Pero el silencio grita y teje hilos y ese hilo nos trae al presente.
Así fue como, doscientos años después de ese 25 de mayo de 1810, otra mujer – elegida por el voto popular- Cristina Fernández de Kirchner, precedía los destinos de nuestro país y los festejos del Bicentenario de la Patria que se extendieron a lo largo de cinco días. Una gran fiesta popular en la que participaron más de 2 millones de personas y que resultó una verdadera ruptura cultural por la creatividad, la variedad y la calidad de todo lo que allí se vio y se vivió.
Mujeres atrevidas, osadas, plenas.
Mujeres de carne y hueso, pero de acero.
Empoderadas, emancipadas, conquistadoras de libertades.
Mujeres de ayer. Mujeres de hoy.
Mujeres. Las otras.