EN MEDIO DEL DEBATE, QUE SE DOBLE PERO NO SE ROMPA
Por María Quintero
Con la apertura de sesiones de marzo se dio comienzo formalmente al año político 2022, el último tramo del recorrido de estos 4 años hacia las elecciones presidenciales.
El marco de la disputa electoral de 2023 es por demás complejo, luego de dos años de una pandemia que recrudeció la crisis económica en la que estaba sumergida la Argentina tras los 4 años del macrismo, llegó la discusión por el nuevo acuerdo con el FMI. Un acuerdo con el Fondo, por la naturaleza histórica del organismo y su conocida presión económica sobre los países en crisis, pone nuevamente en jaque al crecimiento económico del país.
El acuerdo puso nuevamente sobre la mesa el debate sobre la redistribución de la riqueza y sobre qué políticas tributarias son las más justas para una nación que al día de hoy tiene casi un 50% de personas bajo la línea pobreza.
Así, la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque fue sin más, y visto a la distancia tras algunos días de corrida el agua bajo el puente, la herramienta necesaria para debatir puertas adentro de la fuerza gobernante cuál es el camino que debe tomar un gobierno peronista para devolverle la esperanza al pueblo argentino.
FMI no, o FMI sí pero que la paguen quienes se la fugaron, FMI pero que la deuda no la pague nuevamente el pueblo, fueron las consignas que más calaron en la discusión política de los últimos días. Tan así fue, que el propio Alberto Fernández, principal defensor del acuerdo conseguido con el Fondo, Junto a Martín Guzmán, manifestó en su discurso de apertura de sesiones que es necesario investigar qué pasó con los más de 40 mil millones de dólares que el FMI le dio al gobierno de Macri y quiénes fueron los responsables de la fuga de esas divisas.
Por primera vez, Alberto Fernández tuvo que dejar de lado su estilo “dialoguista” y de no conflicto para transformarse en el impulsor del conflicto político. Es que, sin dudas, el conflicto -y sobre todo en la realidad que atraviesa al mundo en general y a nuestros país en particular- es inherente a la política, si no es discurso vacío. Este conflicto terminó con los diputados del PRO levantándose de las bancas y abandonando el recinto.
Las jugadas y debates adentro del Frente de Todos (FDT), el conflicto político puesto sobre la mesa dejó, por un lado, en offside a la oposición y puso en claro que quien conduce es Mauricio Macri; y por otro lado, le dio un norte a la discusión que deberá venir de ahora en más en el FDT: Quién pagará la deuda del macrismo.
El propio Rodríguez Larreta perdió, este primero de marzo, la pulseada entre qué estilo tomará la oposición nucleada en Juntos por el Cambio. No hay consenso ni dialogo, hay polarización, portazos y bancas vacías. Lejos quedó la intención de Larreta de candidatearse a Presidente con un aval mayoritario de la población, aval que tenía la intención de incluir también a los simpatizantes de un Alberto dialoguista pero retratado como incompetente para resolver los problemas de la Argentina. Si hacemos las cuentas, de más está aclarar que ese porcentaje de aval que pretendía Larreta no incluye al kirchnerismo. Sin embargo, a Larreta se le quemaron los papeles, porque para lograr eso, la polarización no debía ser con Alberto, sino con Cristina, Máximo, La Cámpora. Tras la apertura de sesiones y el debate del FDT, lo que queda al descubierto es que lo deviene del Acuerdo con el FMI es la polarización entre la oposición nucleada en un frente de derecha y el bienestar del pueblo argentino.
En este contexto, la coalición de derecha integrada por Juntos por el Cambio, Javier Milei y Espert también tiene sus propios debates puertas adentro de cara a las elecciones, en los que se juega quién es la estrella de la polarización con el kirchnerismo, o con el gobierno en caso de que el discurso de Alberto adopte algunos lineamientos en términos de redistribución de la riqueza, de una política tributaria más justa, o más críticos con un sistema judicial corrupto, entre otros. (Nota al pie para agregar que la crítica a la concentración económica de las corporaciones mediáticas aún sigue siendo una deuda en los discursos presidenciales).
En esta vorágine política, el acuerdo con el FMI, sin dudas, parece ser el talón de Aquiles de un frente que tiene diferencias, pero que necesita mantenerse unido para evitar el avance de la derecha. Un acuerdo con el Fondo que implique un ajuste en el bolsillo del pueblo argentino, ya sea porque detiene el crecimiento económico, aumenta las tarifas, devalúa el salario, etc. será el quiebre de un Frente que necesita estar unido. Si el acuerdo trae ajuste, una futura victoria en el 2023 comienza a verse cada más lejana. Todas las partes que integran el FDT lo saben.
Si hay ajuste pierde el pueblo argentino. Si hay ajuste no solo pierde el Frente de Todos, sino que se dilapida el capital político construido en los últimos años, desde 2003 hasta 2015, por una fuerza política que sentó sus bases en la redistribución de la riqueza, la independencia económica, la soberanía política, la igualdad y la esperanza de un país mejor.
Si hay ajuste, no hay Frente posible. Por eso, es responsabilidad de quienes gobiernan que la negociación con el FMI no sea en desmedro del pueblo y que las políticas públicas llevadas delante de acá en más estén pensadas para garantizar el bienestar económico y social de la totalidad de la ciudadanía y sobre todo de ese casi 50% de argentinos y argentinas que se encuentran en la pobreza. Es responsabilidad de quienes gobiernan que se investigue la deuda contraída por Mauricio Macri y que la deuda la paguen los responsables.
Si hay ajuste, no hay Frente posible. La coalición de derecha también lo sabe, por eso presiona con una lógica bipolar entre sí al acuerdo porque el FMI no ajusta y acuerdo no porque trae ajuste. Los objetivos de la bipolaridad son aportar todo lo posible a la ruptura del FTD y garantizar las condiciones que impone el FMI y los intereses económicos del organismo, aún cuando estos sean en desmedro de la ciudadanía argentina.
En toda esta realidad algunas verdades históricas: El pueblo argentino tiene una fuerte capacidad de movilización para defender sus intereses. Un gobierno peronista debe garantizar el plato de comida, el trabajo, la justicia social y la independencia económica.
El debate final: Si hay acuerdo, la discusión es quién paga la deuda y qué políticas se implementan para que la paguen quienes se fugaron.