DESPUÉS DE 30 AÑOS GANÓ LA IZQUIERDA EN PERÚ

DESPUÉS DE 30 AÑOS GANÓ LA IZQUIERDA EN PERÚ

 Por Miguela Varela

Pedro Castillo, el candidato de la ruralidad, llegó a la segunda vuelta con un perfil atípico: maestro, campesino, sindicalista y de izquierda. Con 51 años y nacido en Cajamarca, el candidato de Perú Libre llega como un outsider a competir con una de las figuras más fuertes del establishment peruano: Keiko Fujimori.

Al cierre de esta edición y con el 95% de las actas escrutadas, el candidato supera a su rival de derecha con el 50,26% de los votos sobre el 49.73%.

El inesperado

Castillo ganó en primera vuelta en 48 de los 50 distritos más pobres del país. Y se instala como una figura atravesada por todas las grietas: la pobreza, la ruralidad, las comunidades indígenas, el sindicalismo y la izquierda. Las contracaras las representa Fujimori: la centralidad urbana de Lima, el racismo, las patronales y la derecha.

Con su sombrero de ala ancha, Castillo propone un programa que aterra al poder peruano pero no tanto al pueblo: reforma de la Constitución heredera del fujimorismo, una mayor presencia del Estado en la economía y el ingreso gratuito a la universidad. Algo que podríamos llamar, una obviedad. Sin embargo, no es tan así en un país atravesado por las desigualdades más extremas y por un pandemia que lo coloca en el primer lugar en muertes a nivel mundial.

La llegada de Castillo a la presidencia no sólo genera sorpresa, sino que pone en cuestión los métodos tradicionales de las campañas electorales: toneladas de aportes empresarios, utilización hasta el cansancio de las redes sociales, publicidades en medios de comunicación hegemónicos, contrato de consultoras especializadas, entre muchas otras. Castillo nos devela un método infalible: el contacto real con la ciudadanía. Recorriendo a caballo las regiones más inhóspitas de un Perú olvidado por los poderes limeños, no hay Instagram que valga. Algo que supo interpretar muy bien Axel Kicillof a bordo de su Clío cuando recorría la provincia de Buenos Aires.

Sin embargo, el escenario no es alentador. La triple crisis que azota al país se le presenta como antesala a un político sin experiencia en la gestión y con todas las corporaciones en contra. Crisis institucional, crisis sanitaria y crisis económica.

Y esto es así desde el anuncio de su programa económico donde postula una mayor presencia del Estado. Perú tiene gran parte de su economía caracterizada por la explotación de los recursos naturales, en especial de la minería, como una de las principales fuentes de riqueza y de entrada de divisas. Según una de las últimas publicaciones de la CELAG sobre este tema, “la minería extractiva aporta el 7,6% del valor agregado de la economía y la manufactura en base a minería aporta el 2,3% del valor agregado total.” Esto se corona con un dato fundamental: todas las empresas mineras son privadas y, de las 10 principales, 9 son de capitales extranjeros. Peor aún, la actividad minera es intensiva en el uso de capital y demanda poco empleo de manera directa. En este caso, representa sólo el 1,1%, de los cuales el sólo 32% es personal de planta. ¿Shockeados?

30 años no es nada

Del otro lado, una política experta que debutó como primera dama de su padre Alberto Fujimori a los 19 años y que lleva en su haber tres balotajes. Es una de las máximas exponentes del establishment político y uno de los símbolos de la corrupción peruana. La dirigente afronta un proceso judicial por lavado de activos, organización criminal, obstrucción de la justicia y falso testimonio por el que ya estuvo detenida y hoy se encuentra en libertad condicional. Como si fuera poco, Keiko, de asumir la presidencia, prometió indultar a su padre.

30 años de neoliberalismo ininterrumpido tiene consecuencias: pobreza, informalidad laboral, desencanto con la política y la llegada de un outsider. En un país con 4 presidentes en los últimos 3 años y con más de 180.000 mil muertos por Covid, un candidato como Castillo sintetiza la necesidad de que el próximo presidente se parezca un poco más a su pueblo.