#CampeonesEnCasa
Foto: Osvaldo Fantón (Télam)
Y EN EL CIELO A MESSI Y A LA COPA LOS PODEMOS VER
Por Beatriz Chisleanschi
Cuando falleció “el Diego”, un señor modesto en su vestir y que mostraba carencias en su andar explicaba a la prensa, mientras hacía la fila para darle el último adiós al ídolo en Casa Rosada: “como no voy a despedirlo si es el único que me dio felicidad, a mí que nada tengo”. Las lágrimas apenas lo dejaban hablar.
Tratar de buscarle una explicación racional al hermoso desborde emocional que provoca el fútbol en el pueblo argentino sería un error. No es novedad, las emociones carecen de explicación y, por fuera de su parte mercantilista, lo que genera el deporte de once contra once, tampoco la tiene.
No importa de qué pueblo hablemos, si del progre o el conservador; del de izquierda o de derecha; el inclusivo o el que fuga; ante el triunfo de la Selección Argentina, el pueblo vuelve a ser uno sólo.
Ese mismo pueblo que tiene tantas cábalas como cantidad de habitantes, o, al menos, de familias. El que sufre cuando se pierde un partido, y ni decir, cuando el mismo se define por penales. El que se suma con los cantos de la hinchada y es capaz de entonarlos en cualquier lugar y momento donde se encuentre. Durante el mes del Mundial no hubo canción más repetida que el “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar, quiero tener la tercera, quiero ser campeón mundial”.
El pueblo que decidió salir a las calles y a las plazas el domingo 18 de diciembre, apenas nos consagramos campeones. Una imagen, la de la alegría del festejo, que se repitió en cada provincia, en cada ciudad y en cada barrio, por todo el país.
¿Qué había necesidad de festejar algo cuando hay tan pocas cosas para hacerlo? Sí, puede ser, pero ningún fenómeno social genera lo que provoca la Selección Argentina de Fútbol.
El domingo primero, y ayer martes después, el país se volvió monocromático: las camisetas de la selección, en todas sus variantes, conformaban una hermosa bandera que iba desde Ushuaia a la Quiaca, desde el mar a la Cordillera.
El domingo 18 no hubo transporte público en la Ciudad de Buenos Aires, una vez finalizado el partido en el que Argentina se impuso por penales contra Francia en un cotejo en el que la selección jugó de manera impecable. Sin embargo, no impidió que una marcha incesante de gente se dirigiera hacia el Obelisco “un poquito caminando y otro poquitito a pie” (Walsh “Manuelita”). Parecía una fiesta insuperable en cantidad de gente, en manifestación de alegría colectiva.
Pero, hubo más, siempre hay más. Ese pueblo, a veces sumiso, a veces rebelde, a veces enojado, a veces indiferente, sintió la necesidad de devolverle algo de esa felicidad que durante todo el Mundial de Qatar 2022, la Scaloneta le brindó: “Más, me das cada día más/Aleluya por el modo/Que tienes de amar”. (Lynch “Me das cada día más»). Y, hacia Ezeiza primero, el Obelisco y Plaza de Mayo luego, y los puentes de General Paz o la Autopista de Buenos Aires, después, se movilizaron cerca de 5 millones de personas a recibir y saludar a ese equipo que, por un mes les hizo olvidar de la inflación, del poder judicial corrupto, de la falta de trabajo o de la guita que no alcanza, incluso hasta de la Navidad. Sólo se le pidió una cosa a Papá Noel, la copa, la tercera y Lionel la trajo y se subió al micro, junto a sus amigos- compañeros de equipo a saludar a todas las personas que se acercaron a aclamarlos. En un micro descapotable -debajo de los rayos del sol de un verano que se hizo sentir antes que el calendario nos informe que llegó, mientras tomaban Fernet o vino en una botella rota, así como lo hacen muchos de quienes pasaron horas paradas sólo para gritarles algo, aplaudirlos o, al menos, verlos – jugadores, equipo técnico y ayudantes se fusionaban con su pueblo en esa felicidad única que costó tanto conseguir: 36 años, ni más, ni menos.
Porque esos pibes, que el domingo alcanzaron la gloria, sufrieron con las derrotas y los derroteros; con lxs periodistas que tanto los criticaron y poco los entendieron o con los silbidos de la hinchada, pero, finalmente lo lograron, ya son héroes indiscutibles en la Argentina y eso se vio en el día de ayer en ese inmenso, y nunca visto en nuestro país, recibimiento que el pueblo les brindó, “tarda en llegar, y al final, al final, hay recompensa” (Ceratti “Zona de promesas”).
El recorrido inicial de la caravana no se pudo cumplir porque la cantidad de gente desbordó el operativo de seguridad. Quienes se apostaron al costado de la Autopista Ricchieri pudieron verlos de cerca, quienes lo esperaban del otro lado de la General Paz sus ojos miraron al cielo y, con gritos, cantos, banderas que flameaban y papelitos de colores elevaron su alegría para que llegue hasta los helicópteros que los transportaron en el tramo final y que sobrevoló en una caravana aérea por sobre la Ciudad.
Lo vivido el domingo y ayer martes fue único, indescriptible, emotivo, maravilloso. Hoy nos falta conocer qué sintieron los generadores de semejante felicidad viendo la recepción que los esperaba. Seguramente, en estos días nos enteraremos.
https://twitter.com/RevistaPPV/status/1605244558430056448?s=20&t=fJtcRROWMLlE_8A6qurYXg
Como siempre la felicidad es efímera y llegó el momento en que “con la resaca a cuestas
Vuelve el pobre a su pobreza/Vuelve el rico a su riqueza/Y el señor cura a sus misas” (Serrat “Fiesta”).
Mañana todxs volveremos a nuestras rutinas, pero quien esto escribe está segura que, en el brindis de Nochebuena, imaginaremos que estamos levantando la Copa de Oro porque “ya tenemos la tercera, ya somos campeón mundial”.