Muertes por covid-19
LA HORA DE LAS CARAS Y LAS HISTORIAS
Por Beatriz Chisleanschi
La carta con la que la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva alerta a “¡no desafiar el virus porque el virus nos está ganando!”, y que circuló días atrás por todos los medios y redes sociales, es tan contundente, como estremecedora.
“Sentimos que no podemos más, que nos vamos quedando solos, que nos están dejando solos. Sentimos que estamos perdiendo la batalla. Sentimos que los recursos para salvar a los pacientes con coronavirus se están agotando”.
Un sentimiento que nace de una realidad verificable. Un sentimiento que es más que ello, es una verdad contundente. Más de 400 mil infectades y más de 9 mil muertes nos hablan de una sociedad sumida en la indiferencia. Es el triunfo del virus por sobre la vida, de quienes murieron y de quienes, por ahora, estamos vivos. Es el triunfo del virus por sobre el egoísmo y la falta de solidaridad.
Se mueren amigues, padres, madres, hijes. Se muere el personal de salud, se agota el personal de salud. “(…) la mayoría de las Unidades de Terapia Intensiva del país se encuentran con un altísimo nivel de ocupación” y “los recursos físicos y tecnológicos como las camas con respiradores y monitores son cada vez más escasos” -señala esa carta que suena a grito desgarrador mientras en la ciudad rionegrina de Cipolletti deciden, por falta de personal y de camas que “Va a primar el paciente que tenga chances de salir. No vamos a colapsar un sistema de salud con pacientes que no tengan chances de recuperación”.
Una carta que habla por les intensivistas, pero también por el hombre que cavaba solo una fosa en Jujuy para enterrar a su familiar, o por ese amigue que perdió a su padre o madre.
Son palabras que llaman a dejar de ser indiferente, a dejar de ignorar al virus o al daño que pueda ocasionar. A no caer en la compasión, ni el cinismo. Es un claro aviso que no se da más, que ya no sirven las comparaciones con otros países, si tenemos más o menos muertes, más o menos contagios. Es en nuestro país, es aquí y es ahora que el sistema de salud colapsa, que quienes tienen la responsabilidad, por elección, de atendernos están más colapsades que el propio sistema.
De lo que se trata, una vez más, es de formar conciencia, de luchar contra el sentido común que construye día a día el poder mediático concentrado, ese que invita a salir a protestar por lo que sea, a ponerse una mantita si hace frío, pero, no a privarse de tomar el café en un bar, el que festeja la cantidad de muertes.
Sin embargo, tal como señala el filósofo Edgar Morín “la palabra, aunque sea una elaborada forma de expresión y comunicación, no es suficiente para comprender la realidad en su totalidad.”
Por estos días, circuló también el hilo de Tweet del sociólogo Daniel Feierstein donde con la pregunta ¿Por qué fracasan todas las estrategias para frenar el contagio? señalaba, entre otras cosas, que la población no actúa “según una racionalidad ajustada a fines, sino que se ve atravesada por acciones afectivas.”
Asimismo, en el programa Marca de Radio que conduce el periodista Eduardo Aliverti, el filósofo Ricardo Foster remarcó que al Gobierno le “faltó mostrar la crudeza de la pandemia, el dolor real.”
Las imágenes que llegaban desde Vietnam con los cadáveres de los estadounidenses tuvieron el poder de hacerle perder, al entonces presidente Richard Nixon, la guerra a nivel interno. A tal punto, y como un aprendizaje de ello, que cuando los aviones impactan sobre las Torres Gemelas, ese famoso 11 de septiembre del 2001, vimos esas primeras imágenes, las llamaradas, alguna escena de pánico y punto. La BBC siguió con la transmisión una hora más y luego, todo fue relato. Se venía un nuevo embate contra lo que, el gobierno de George Bush consideraba terrorismo, y mostrar imágenes de muertes no colaboraba en nada en su objetivo invasor.
Una verdad de Perogrullo, a esta altura de la evolución de la comunicación, si la imagen (por acción o por omisión) tiene tanto peso como para perder una guerra o iniciar otra, porqué no mostrar el horror de los efectos del Coronavirus con toda su crudeza. Informar también es sensibilizar sobre un problema y hoy, la sociedad argentina necesita sensibilizar más que argumentar, necesita ver más que representar o imaginar.
Quizás es el momento de mostrar la cara de les más de 9 mil muertes por el Covid-19. Así, como esa enorme bandera que recorre cada 24 de marzo la Avenida de Mayo con las caras de nuestres compañeres desaparecides, o la que portamos cada 3 de junio para decir que no queremos ni un femicidio más y que nos recuerda a las mujeres víctimas del machismo y del patriarcado, debemos hacer otra con las caras de quienes el virus les arrebató la vida. Hacer vídeos que nos permitan conocer sus nombres, sus historias, saber de sus sueños, de sus deseos.
Horrorizarnos ante los partes diarios que emite el Ministerio de Salud con cifras, no es suficiente. Son números, fríos, que preocupan a algunes pocxs. Números que ni siquiera son reales, la realidad, aún en términos numéricos se sabe, es mucho peor.
Cuando el argumento queda vacío y cae en saco roto ante las expresiones del “ya fue”, “ambos nos cuidamos qué puede pasar”, “venite compartimos un mate o una cervecita en la plaza, o en casa, no pasa nada”, habrá que dejar lugar a la emoción, a la sensibilización como lo hizo la periodista Valeria Delgado con el caso de Paola de 46 años
La potencia viral de las Redes Sociales y de Mensajería, tan fascinantes como multiplicadoras, son un buen vehículo para difundir estos mensajes sin carga política, sin palabras explicativas, sólo con historias, historias de vidas que quedaron truncas, historias de quienes ya no están.