FRANCIA, UN PAÍS ISLAMÓFOBO
Como respuesta a los recientes atentados, el Estado francés persigue políticas islamofobas en un clima de crisis identitaria.
Por Kahina Boudarene*
“No dejaré que nadie afirme que Francia, su Estado, alimente el racismo en contra de los musulmanes”, declaró Emmanuel Macron el 4 de noviembre a través del sitio web del Eliseo en respuesta a una nota del Financial Times titulada “La guerra de Macron en contra del “separatismo islámico” divide cada vez más a Francia”.
Los debates sobre el Islam están en el centro de la agenda política y mediática desde los últimos atentados y, sobre todo, desde el asesinato de Samuel Paty. Este profesor fue decapitado el 16 de octubre por un refugiado ruso de 18 años, cerca del colegio donde enseñaba, tras haber mostrado caricaturas del profeta Mahoma desnudo en una clase sobre la “libertad de expresión”. El crimen, más allá de conmover a la sociedad francesa, sucedió dos semanas después de la presentación por el presidente Emmanuel Macron de un nuevo proyecto de ley en contra de los “separatismos islamistas”.
En un discurso de dos horas, el presidente detallo ciertas medidas que quisiera poner a prueba para luchar contra el “islam radical” y el terrorismo islamista. Entre ellas, prohibir la enseñanza a domicilio, que supuestamente alimenta los repliegues identitarios, y controlar la formación de los imames en Francia, involucrándose directamente en las cuestiones religiosas. El jefe de estado justificó sus medidas y la necesidad de semejante ley usando ejemplos anecdóticos de “radicalización”: niñas que usan el velo musulmán a los 4 años, mujeres que quieren horarios específicamente para ellas en las piscinas municipales, menús confesionales en las cantinas. Cuestiones que forman parte de la estigmatización hacia personas de confesión musulmana en Francia y que no reflejan la realidad de esta comunidad.
La hiper mediatización del asesinato de Samuel Paty, tal como la emoción que suscitó, aceleraron el proceso de aplicación de esta ley, que aún no fue presentada ante el Congreso. Es así como apenas dos días después de los hechos, el ministro de Seguridad, Gerard Darmanin, anunció el posible desmantelamiento de 51 organizaciones consideradas como “separatistas”. Entre ellas, el CCIF (Centro en Contra de la Islamofobia en Francia), una organización que se dedica a recolectar los actos islamófobos y a proveer ayuda judicial a las personas que la necesitan.
La futura ley en contra de los “separatismos islamistas” no es la primera medida apuntando directamente a la comunidad musulmana en Francia. Varias leyes liberticidas e islamófobas ya han sido votadas: en 2004, la ley sobre los signos religiosos en las escuelas francesas y, en 2010, la ley prohibiendo la disimulación del rostro en el espacio público, oficiosamente apuntando la prohibición de la burqa. Además, el estado de emergencia declarado después de los atentados del 2013 permitió abusos de parte de la policía y del poder judicial, ya que las fuerzas de seguridad podían acceder sin orden de registro en las casas de las personas denunciadas por “radicalización islamista”. Todo esto combinado con múltiples debates fútiles en los medios hegemónicos de comunicación y en la esfera política alrededor del islam y de los musulmanes: el caso del burkini, la hijab para correr (propuesto por la empresa deportiva Decathlon), y las secciones halal en los supermercados, lo que causó la indignación del ministro de Seguridad.
Cuando se trata de luchar en contra del terrorismo islamista, los ciudadanos franceses de confesión musulmana siempre se encuentran en el medio del debate, como si fuesen los principales responsables de este fenómeno. Sin embargo, un reporte sobre la radicalización en Francia menciona que “la influencia de las mezquitas y de los imames radicales son muy relativas”. De los 21.039 individuos inscritos en el listado de personas posiblemente radicalizadas, un 80% son franceses, muchos de ellos han tenido problemas con la justicia, no tienen trabajo y, una gran parte, tiene dificultades en la esfera familiar. El hecho de que la mayoría de las personas radicalizadas sean francesas pone de relieve la cuestión de la islamofobia. ¿Cómo puede ser que un francés se sienta tan poco francés como para llegar a cometer un atentado en contra de su supuesta comunidad?
Los dos grandes temas ausentes del debate siempre son los mismos: la islamofobia heredada de la colonización, finalizada en el Norte de África hace 60 años, y las guerras perpetradas por Francia en el Medio Oriente. A su vez, Macron se felicitó de sus acciones en el Sahel y en contra de los grupos islamistas, pese a que se ha comprobado que el terrorismo islamista aumentó desde las injerencias de las potencias occidentales en los asuntos en países de mayoría musulmana, específicamente desde la guerra en Afganistán. En vez de asumir su pasado colonial y su imperialismo presente, Francia prefiere seguir con la estigmatización de sus ciudadanos musulmanes. Una estrategia peligrosa en una sociedad ya fragmentada, donde los crímenes de odio, perpetrados tanto por terroristas islamistas como de extrema derecha están en aumento.
*Licenciada en periodismo y en sociología, maestrando en Sociología Política Internacional, actualmente vive en París.