DOÑA SOLEDAD, PÓNGASE UN POCO A PENSAR
Por Beatriz Chisleanschi
Las expresiones de desprecio y estigmatización hacia lxs docentes de la ministra de Educación de CABA, Soledad Acuña, han motivado respuestas de toda índole. Desde el hashtag #OrgullosamenteDocente, pasando por juntada de firmas solicitando su renuncia, hasta notas de repudio y escritos de toda índole que circularon por las redes sociales, incluso desafiándola a un mano a mano para ver cuánto sabe de educación, didáctica y pedagogía. Asimismo, se realizaron denuncias ante el INADI, una presentación en la OIT y el pedido de disculpas que el ministro de Educación de Nación, Nicolás Trotta, solicitó al Gobernador de la Ciudad de Buenos Aires, hecho que, al momento de escribir estas líneas, no sucedió.
En charla por streaming con el diputado de Juntos por el Cambio, Fernando Iglesias, entre otras dijo Acuña que lxs docentes “son personas cada vez más grandes de edad que eligen la carrera docente como tercera o cuarta opción luego de haber fracasado en otras carreras. Y si uno mira el nivel socioeconómico, o en términos de capital cultural, al momento de aportar para el aula, la verdad es que son los sectores más bajos socioeconómicos los que eligen estudiar la carrera docente.” Para completar sus expresiones, hizo un llamamiento a las familias a que denuncien a lxs docentes que puertas adentro de las aulas realizan, según su criterio “una bajada de línea” y que “deciden militar en vez de hacer docencia y acusó a los Institutos de Formación Docente (los cuales quieren hacer desaparecer en beneficio de la UNICABA) de preparar para la “militancia política” y no para el ejercicio pedagógico.
¿Llaman la atención estas expresiones en una funcionaria del gobierno del PRO? No.
¿Son inadmisibles en la funcionaria que, precisamente marca los designios de la educación a la cual denigra en todos sus términos? Decididamente Sí.
Los dichos de Soledad Acuña están en consonancia con lo manifestado en su momento por el ex presidente Mauricio Macri cuando se lamentó por lxs niñxs que “caen en la educación pública”; los de la ex gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, cuando dijo ante una tribuna de empresarios que lxs pobres no llegan a la universidad y que entonces no tenía sentido crearlas, o, los del ex ministro de Educación de Cambiemos, Esteban Bullrich, cuando pidió hacer una nueva campaña al desierto al referirse a lxs docentes.
El desprecio por “lo público” hace al pensamiento de derecha que encuentra su sustento en el modelo neoliberal para quien el Estado sólo debe ser el administrador de la ley y el orden, encargarse de supervisar la moneda y manejar la defensa nacional. El resto, educación incluida, será mejor si es administrado por un capitalismo competitivo.
Entonces, en un universo financiero donde los estados pierden cada vez mayores niveles de soberanía y con una derecha que tiene su apuesta en ese mundo tan globalizado como caotizado, ¿qué importa la educación pública? Y, si no importa la educación pública ¿qué importan sus docentes?
¿Qué importa la formación de niños, niñas y adolescentes críticos, pensantes? Lo que importa es crear los instrumentos que favorezcan a los sectores que, en tanto “capital humano”, puedan corresponderse con la necesidad del capital global de modo que afecte lo menos posible los intereses de quienes lo concentran.
En este sentido ¿llama la atención las expresiones de Soledad Acuña? Como fiel representante de un modelo, y de ideas, que ponen al capital por sobre lo humano, sus dichos han sido totalmente coherentes.
Claro, el detalle -no menor- es que, Soledad Acuña es la ministra de Educación del distrito más importante del país y, por tanto, debe administrar lo público (aún tiene esa responsabilidad en nuestro país). Desde allí es que sus palabras suenan inadmisibles, repudiables y agraviantes. Palabras cargadas de falta de respeto a la profesión docente. Palabras que muestran un desconocimiento absoluto por la infatigable tarea que, durante la pandemia, han llevado adelante les trabajadores de la educación ante la ausencia absoluta del Estado. Autocapacitación en uso de la tecnología; sostenimiento de las conexiones a internet, utilización de sus propios dispositivos; rastreo minucioso de todxs y cada unx de lxs alumnxs que presentaban dificultades para vincularse; atención de las problemáticas familiares; disposición de parte de su salario para pagar datos o engrosar las magras viandas que otorgó el GCBA y hasta servicio de alimentos a domicilio para familias con Covid, todo esto sin descuidar el dictado de las clases y tratar de sostener el vínculo pedagógico a través de las pantallas.
La comunidad educativa pide a gritos a Soledad Acuña que se revincule con la escuela, qué sepa lo que sucede “detrás de sus puertas”, que comprenda, de una vez por todas, que “toda educación es un acto político”, como bien supo señalar el pedagogo brasileño, Paulo Freire.
Pero a no sentirse mal, el odio necesita de un otro para desarrollarse. Es precisamente el odio el que le da entidad a ese otro. Manifestar desprecio y odio hacia lxs docentes no hace más que ubicarlxs en su justo lugar, el de procurador/a de herramientas para que lxs estudiantes alcancen autonomía de aprendizaje, criticidad, libertad y formación ética de modo que, en su juventud o adultez pueda discernir entre aquellxs funcionarixs que lo respetan en tanto sujeto de derecho o, todo lo contrario, lxs que apuestan a su alienación y al sostenimiento del status quo favorecedor de las pequeñas minorías.