CROMAÑÓN, Y DESPUÉS…
Por Julieta Galera
(Editora de Revista Babel https://revistababel.com.ar/)
Fotografía Ana Villegas
Tarde de domingo en el Santuario de Cromañón, en Bartolomé Mitre y Ecuador, en Once. La calle está bastante desierta, aunque el calor acompaña. No es cualquier domingo. Faltan pocos días para el 30 de marzo, fecha que en el calendario escolar porteño y bonaerense se fijó para conmemorar a las Víctimas de la Masacre de Cromañón, con el fin de «fortalecer una cultura y una educación basadas en la protección y el respeto por la vida». Bernabé (42); Brenda (37), Marcos (40) y Martín (38) y Sofía (33), todas y todos víctimas-sobrevivientes de Cromañón, acudieron a la cita para conversar sobre la necesidad y la relevancia de construir memoria colectivamente y sobre sus luchas por el reconocimiento de sus derechos económicos, políticos y sociales como víctimas de la Masacre del 30 de diciembre de 2004.
“Ni una bengala ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción”
Lo que sucedió aquel jueves 30 de diciembre de 2004 en el boliche República de Cromañón, ubicado en la calle Bartolomé Mitre al 300, en el barrio de Balvanera, es una dolorosa historia ya contada muchas veces. Esa noche, mientras tocaba Callejeros, cerca de las 22.50, mientras sonaban las primeras estrofas de Distinto, Cromañón comenzó a arder por una bengala que incendió la media sombra que cubría el techo del local. El lugar estaba desbordado de gente. Lo que era un lugar de encuentro, de celebración, de liturgia rockera, en segundos se transformó en una trampa mortal: una de las salidas de emergencia del lugar estaba cerrada con candado. Salir era casi una misión imposible. La situación era muy confusa y pronto se cortó la luz y los gases tóxicos del humo se extendieron con rapidez. En pocos minutos, República de Cromañón se convirtió en una masacre. Adentro, humo, piñas, gritos, llantos, pilas de pibas y pibes desmayados alfombraban el piso; pibas y pibes que trataba de huir apabullados por el humo y el shock; desesperación y desolación. Afuera, pibas y pibes desmayados por todos lados; pibas y pibes asistiendo a otras pibas y pibes; pibas y pibas saliendo desorientados y, en muchos casos, volviendo a ingresar para salvar a quién fuera porque afuera no había NADIE. No estaba la policía, no estaban los bomberos, no estaba el SAME. El Estado estaba ausente. La policía, los bomberos y el SAME llegaron después. Las pibas y los pibes se salvaron gracias a la solidaridad colectiva entre ellas y ellos y la de los vecinos y transeúntes que comenzaron a asistir a las víctimas desde el primer instante. 194 víctimas fatales y un número impreciso de sobrevivientes fue el saldo de la masacre de Cromañón. Además, oficialmente hay 18 víctimas-sobrevivientes que se suicidaron durante estos 17 años.
Hablar de memoria es hablar de un proceso de construcción social de sentido. La memoria es la clave de todo lo que somos y de todo lo que seremos individual y colectivamente. La memoria es algo vivo. Como dice Eduardo Galeano, “la memoria viva no nació para ancla. Quiere ser puerto de partida, no de llegada”. La memoria es un territorio de disputa y se construye cada día.
En ese sentido, “el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sancionó una ley de asistencia integral que reconoce a 1800 víctimas de Cromañón beneficiarias, mientras que la estación de subte 30 de diciembre de la línea H de Plaza Miserere dice que los sobrevivientes son 4500”, dice Brenda. Y Macos agrega que “los chicos de la Coordinadora Cromañón hicieron un padrón en el que relevaron a más de mil sobrevivientes. Yo tengo 15 amigos que no están en ningún padrón de sobrevivientes”. Por eso, Bernabé, Brenda, Marcos, Martín y Sofía dicen que al día de hoy hay más de 4500 sobrevivientes contabilizados, pero es un número que muta. Muchas y muchos de los sobrevivientes salieron como eyectados de Cromañón, no se atendieron en ningún hospital ni clínica de la Ciudad de Buenos Aires, no figuran en ninguno de los registros oficiales y nunca hicieron ningún reclamo judicial. Sin embargo, las organizaciones reciben todo el tiempo a hombres y mujeres sobrevivientes de Cromañón que se acercan a buscar contención. Como la cifra de los 30.000 detenidos desaparecidos por el Terrorismo de Estado de la última dictadura militar, 4500 víctimas-sobrevivientes de la masacre de Cromañón es un dato en disputa, en continua construcción.
Las víctimas-sobrevivientes de la Masacre de Cromañón están nucleadas en Unidad Cromañón que reúne a 6 organizaciones: Coordinadora Cromañón; Organización 30 de diciembre; Movimiento Cromañón; Ni olvido, ni perdón; No nos cuenten Cromañón y Sin derechos no hay justicia. Entre ellas hay matices en la forma de comprender la lucha por los derechos económicos, sociales y políticos de las víctimas-sobrevivientes; en su mirada sobre quiénes son los culpables y en su idea de justicia; y en su capacidad de organización, de gestión y de acción para la construcción de memoria colectiva, pero no hay disputas ideológicas ni mezquindades entre ellas. Y hay más puntos en común que diferencias y una sana convivencia y unidad que los fortalece en la disputa política con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por sus derechos económicos, políticos y sociales.
En este proceso de construcción de memoria de la masacre de Cromañón, todas las organizaciones coinciden en que disputar sentidos al discurso hegemónico sobre cómo fueron los hechos, sobre las víctimas, sobre los culpables y sobre la capacidad de construir un hecho en la memoria colectiva de la sociedad es fundamental. Las y los sobrevivientes son contundentes al sostener que lo que sucedió en Cromañón no fue una “tragedia”, fue una “masacre”.
Ninguno esquiva el bulto al hablar de culpables aunque hay matices, pero coinciden en que centrarse en los culpables corre el foco de lo importante y en que para entender esta construcción colectiva de la idea de masacre y el pilar de sus luchas es importante entender la responsabilidad del Estado. La Masacre de Cromañón pudo haberse evitado pero el Estado no fiscalizó, hizo la vista gorda y no realizó controles. Y tampoco estuvo inmediatamente después para socorrer a las víctimas. El Estado tenía la obligación de velar por la seguridad de las pibas y los pibes víctimas de Cromañón y pos sus derechos y no lo hizo, les dejó desamparados a su suerte. “Ni una bengala ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción”, dicen las y los sobrevivientes. Negar las raíces, los motivos políticos, la corrupción política como germen de las causas de la Masacre de Cromañón es una forma de desmemoria que contribuye a consolidar la impunidad.
Sofía (33), Martín (38) Berbabé (42) Brenda (37) y Marcos (40)
La generación Cromañón.
El 30 de diciembre de 2004 Bernabé tenía 25 años, vivía en Mataderos con su mamá y su abuela, trabajaba en Nestlé, estaba feliz porque ese día había recibido un premio por su trabajo, tenía planes de vivir con su novia y de formar una familia. Fue a ver a Callejeros con su novia de entonces y quedó en encontrarse con su prima y unos amigos para cerrar el año con todo. Brenda tenía 19 años, también vivía en Mataderos, estaba cursando el CBC para estudiar Ciencias Políticas. Fue a Cromañón con unos amigos con los que siempre iba a ver a Callejeros. Casi no va porque no había conseguido entradas y un amigo le regaló una. Marcos tenía 19 años, vivía en Ciudadela con su familia y trabajaba con su papá en una empresa familiar. Fue a ver a Callejeros con 17 amigos con los que siempre iban a ver a la banda. Martín tenía 21 años, vivía con mi mamá en Villa del Parque, cursaba 1° año de Ciencias de la Comunicación en la UBA y también fue a ver a Callejeros con un grupo de amigos. Sofía tenía 16 años y cursaba la escuela secundaria en San Luis donde vivía con su mamá. Habían venido a pasar las fiestas con su familia en Balvanera. Fue a Cromañón con dos amigos que le habían regalado una entrada. Estas son las historias de 5 pibas y pibes victimas-sobrevivientes de la masacre de Cromañón que representan a muchas otras víctimas-sobrevivientes. Eran pibes y pibas con una vida feliz, con sueños y proyectos de vida como los de cualquiera.
Sofia y Martín. Ella sigue viviendo en Balvanera, a 5 cuadras del Santuario de Cromañón.
La juventud que fue a Cromañón estaba muy atravesada por 2001. Las pibas y pibes encontraban en el rock un lugar de pertenencia política. Solo se entiende el fenómeno del rock-chabón, del rock canción, a partir de la falta de espacios políticos que contuvieran los sueños, los objetivos, las ambiciones de una juventud, que, hija del 2001 no creía en ninguna de las estructuras ni en los referentes políticos. En ese momento ir a ver a Callejeros, a Los Redondos o a La Renga era una declaración política en sí. Cromañón fue un punto de quiebre y el germen necesario de una sociedad que hoy sí encuentra en distintos lugares de participación política, cultural, ambientalistas, de derechos humanos, coinciden todas y todos.
Cromañón tuvo un costó altísimo para los pibes y las pibas víctimas de la masacre, les quitó todo. Les robó los sueños, la alegría, el sueño, la seguridad, la estabilidad, los proyectos. Les quitó la posibilidad de trabajar, de estudiar, de construir vínculos afectivos. Destruyó parejas, familias, economías personales y familiares. Y se convirtió en un estigma. Bernabé y Marcos cuentan que el estar en la lista oficial de sobrevivientes de Cromañón a muchos les quitó la posibilidad de conseguir un trabajo. A otros los echaron. Otros, aún hoy, no gozan de salud como para buscarlo. En esta nota no están los apellidos de estos hombres y estas mujeres sobrevivientes porque siguen luchando contra ese estigma. Al día de hoy siguen reclamando que esos listados no sean públicos, que se respete su derecho a la privacidad.
Bernabé y Marcos. Cuentan que el estar en la lista oficial de sobrevivientes de Cromañón
a muchos les quitó la posibilidad de conseguir un trabajo
Bernabé, Brenda, Marcos, Martín y Sofía hoy lograron cambiar su historia. Todos militan en alguna de las 6 organizaciones que nuclean a víctimas-sobrevivientes y familiares de víctimas de Cromañón. Y todos lograron “encauzar sus vidas y sus deseo”, como dice Brenda. Bernabé hoy con 42 años, tiene una hija de 15 años, Agustina, que “es su familia”. Trabaja en logística en Mercado Libre y este año empezó a estudiar la carrera de Seguridad e Higiene. Está en pareja, pero el plan de construir una familia se esfumó hace mucho. Brenda tiene 37 años, está casada y tiene un hijo: Benicio. Después de Cromañón dejó de estudiar y con el tiempo se fue reinsertando laboralmente pero dejo en otro plano los estudios aunque hizo varios cursos de diseño gráfico. Hoy trabaja de diseñadora gráfica, tiene un comercio con su marido y está pensando en retomar sus estudios. Marcos hoy tiene 40 años, vive en Ramos Mejía y tiene un hijo de 16 años, que vive en Córdoba con su mamá, que también es sobreviviente de Cromañón. Cuenta que Cromañón le modificó la vida a toda la familia. Tenían un proyecto familiar, una empresa que había sido afectada un poco por la crisis de 2001 con 13 empleados y él se venía perfilado para manejarla, pero no pudo seguir adelante porque Cromañón lo desestabilizó y tuvieron que cerrar. “Al poco tiempo de lo de Cromañón, nos enteramos que la mamá de mi hijo estaba embarazada y me encontré con muchas emociones, sensaciones que no las pude sostener. Estuve a punto de tener una internación en el Borda por un exceso de medicación para dormir porque no podía dormir y no podía más”, dice Marcos. Hoy está en pareja con una psicóloga, tiene un emprendimiento de motos y logística liviana, aunque desde hace un año su trabajo está paralizado por un accidente vial. Martín tiene 38, vive solo en Flores. Después de Cromañón siguió estudiando Ciencias de la Comunicación, pero “muy limitado por el estrés postraumático” y hoy su vida pasa por la militancia en la coordinadora Cromañón y por militar la comunicación. Hoy Sofía tiene 33 años, trabaja y volvió a estudiar. Después de Cromañón perdió un año de colegio porque fue muy difícil encontrar un tratamiento gratuito y asistencia psicológica en San Luis. Por eso, ella y su mamá tuvieron que volver a Balvanera “a armar la vida acá”. Fue muy complicado en todo sentido para ella y su mamá, madre soltera. Hoy sigue viviendo en Balvanera, a 5 cuadras del Santuario de Cromañón.
Brenda coincide con Marcos en que “nuestro ser se fue construyendo de nuevo. Hay una parte de nosotras y nosotros que no volvió a ser la misma después de Cromañón y, seguramente, hay muchas cosas que no cambiaron. En esencia somos quienes fuimos, pero hubo una bifurcación en nosotros”. Cada historia es única. Pero tienen muchos puntos en común: sus vidas fueron truncadas, puestas en stand-by a la fuerza y el proceso de sanación necesario para reconstituirse, para poder ser quienes quieren ser, fue muy largo y complicado. Fue transitado con abandono y desidia estatal, con destrato y mala praxis médica, y con la soledad de la incomprensión. Sus vidas están determinaras por el estrés post-traumático y la necesidad imperiosa de sentir estabilidad. Brenda también dice que “costó volver a encauzar nuestras vidas, nuestros deseos, nuestras ganas de salir, de divertirnos y disfrutar”. Todas y todos coinciden en que pudieron empezar a sanar gracias al colectivo de sobrevivientes de Cromañón, al encontrarse y reconocerse en los otros y las otras, al sentir un lugar de pertinencia en la comprensión de haber transitado lo mismo.
Brenda y su hijo Benicio. Atrás, Bernabé.
Pese a que truncó sus vidas, Sofía, Brenda, Bernabé, Marcos y Martín no dudan en que la masacre de Cromañón, estos hombres y mujeres agradecen lo que pasó en Cromañón porque hoy conocen y pueden ejercer sus derechos; pueden luchar por ellos de forma colectiva, organizada; que algo cambió en la sociedad y hoy la generación de sus hijos e hijas es consciente de sus derechos. “Hoy los pibes de 15 o 20 años tienen claras posturas sobre lo que quieren para sí mismos. Nosotros queríamos cambiar algo, éramos jóvenes idealistas, estábamos enojados pero no sabíamos qué. Cromañón nos dio ese qué. Hoy casi cuarentones todos podemos ejercer esos derechos y salir a conquistarlos, a buscarlos y dejarles a las generaciones que vienen el saber que tienen derechos, que se pueden enojar, que pueden cambiar las cosas con las que están enojados. Que tienen derecho a laburar, a divertirse, a estudiar, a tener salud física y mental y un montón de cosas que nosotros no sabíamos que teníamos”, dice Brenda.
La memoria por las víctimas y sobrevivientes de la masacre de Cromañón en disputa.
El 30 de marzo se estableció por decreto en el calendario escolar de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires como “Día de homenaje a las víctimas de la tragedia acaecida en la confitería bailable República Cromañón”. Esta fecha es una oportunidad muy valorada por las víctimas-sobrevivientes de Cromañón para construir memoria, para generar conciencia en los derechos de los pibes y las pibas sobre la seguridad y sobre sus derechos ciudadanos. Bernabé dice que “es una fecha valiosa para que los chicos aprendan en la escuela sobre seguridad, protección y prevención en la adolescencia” pero advierte que “el Gobierno de la Ciudad tiene esta efeméride en su calendario de efemérides y no la trata. Es muy complicado porque hay que atravesar la burocracia y tener suerte de que a un docente le interese el tema para abordarlo”.
Brenda, después de Cromañón, dejó de estudiar y con el tiempo se fue reinsertando laboralmente. «Nosotros queríamos cambiar algo, éramos jóvenes idealistas, estábamos enojados pero no sabíamos qué. Cromañón nos dio ese qué», afirma.
Brenda cuenta que “entre los sobrevivientes de la masacre de Cromañón hay una población enorme de docentes. Llega el 30 de marzo y si bien tenemos una herramienta fundamental de construcción colectiva de memoria, desde el Estado no se pone en práctica. Es un laburo de militancia que se hay que hacer todos los años y somos muy pocos. Cada organización que conforma la Unidad Cromañón asiste a algún que otro colegio donde tienen algún contacto que pueden mover para llevar información o dar charlas. Es un laburo de hormiga porque de miles de colegios que existen, cada organización puede llegar a 4 ó 5.” Y es una oportunidad desperdiciada porque “a los pibes y pibas de secundaria les interesa mucho el tema. Tienen curiosidad porque se sienten identificados con nosotros,” dice Bernabé.
Las charlas en escuelas son solo una parte de las acciones para promover la memoria que realizan las distintas organizaciones que conforman Unidad Cromañón.
La agrupación Movimiento Cromañón está conformada por un grupo de gente auto-convocada, militantes de derechos humanos, familiares y amigos que se unieron para promover la construcción un espacio de memoria por las víctimas y sobrevivientes de la masacre de Cromañón en diciembre de 2019 cuando la justicia le devolvió las llaves de Cromañón al dueño del inmueble. Además, esta organización presentó 3 proyectos de ley en la legislatura porteña. Uno, ya aprobado, declara de interés cultural los murales sobre Cromañón de la zona de Balvanera. Y los otros dos son: un proyecto de expropiación, presentado ante la necesidad de frenar obras que se estaban realizando en lugar que estaban borrando las huellas del incendio y que permitieron que se retiraran remeras, celulares, zapatillas y todo tipo de objetos personales de las víctimas, y un proyecto de patrimonialización. Los tres proyectos están relacionados con la preservación y la construcción de la memoria colectiva de la masacre de Cromañón. Movimiento Cromañón también está luchando para que el Gobierno de la Ciudad ponga en valor el Santuario, ubicado en Mitre al 300, para que pueda ser habitado de otra manera, de una forma más segura y habitable.
En la Organización 30 de Diciembre además de acompañar la lucha por la construcción de un espacio de la memoria en Cromañón y sus alrededores y por la puesta en valor del Santuario, desde hace 16 años hace un festival en el Santuario de Cromañón para conmemorar el aniversario de la masacre a partir de la necesidad de acercar a otros y otras sobrevivientes a la lucha desde de una expresión de alegría, de celebración de la vida, para contar sus instancias de lucha porque “los padres querían recordar desde el dolor de la pérdida, pero nosotros seguíamos vivos”, dice Bernabé. El derecho al goce, a la celebración y a la felicidad son reivindicaciones presentes en la lucha de todas las víctimas-sobrevivientes de Cromañón en todas y todos los sobrevivientes de Cromañón. Ellos y ellas eran pibes y pibas que fueron criminalizados y re-victimizados por estar divirtiéndose. Por eso las y los sobrevivientes luchan por desarticular ese sentido común que los instala como “las malas víctimas”.
Por su parte, además de dar charlas en escuelas y encuentros y de trabajar junto a otras organizaciones para impulsar el Museo del Archivo Histórico de la ex ESMA, que contará con distintos testimonios orales, con objetos físicos y digitales de las víctimas y sobrevivientes de la masacre de Cromañón para que trasciendan sus vida y quede el registro para futuras generaciones, la Coordinadora Cromañón se propone disputar los sentidos del relato oficial sobre Cromañón, construido desde la estigmatización de la juventud, la culpabilización de las víctimas y los relatos individuales. “Creemos que esa forma de contar un hecho no es ingenua y por eso nuestra meta es disputar ese relato e instalar el nuestro, que tiene que ver con qué sociedad queremos; qué juventud queremos y cómo la queremos construir. Cromañón es un acto de una juventud solidaridad y comprometida que se jugó la vida por alguien cuando la muerte de otra persona que no conocía era una posibilidad real. Poder sacar a alguien de Cromañón remite a la idea de nos salvamos todos contra de la idea de me salvo solo. Lo que estamos haciendo es cambiar lo que pasó en Cromañón, disputando sentidos hacia lugares constructivos para la sociedad para promover un compromiso en la juventud, para que sean mejores personas, más solidarias, que entienda la felicidad como hecho colectivo”, dicen Martín y Sofía.
Articulo publicado originalmente en https://revistababel.com.ar/cromanon-y-despues/