ROSENKRANTZ, UN JUEZ ANTIDERECHOS

ROSENKRANTZ, UN JUEZ ANTIDERECHOS
Por Beatriz ChisleanschiEl pasado jueves 26 de mayo, el ex presidente de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Rosenkrantz, dio una clase magistral en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile a la que fue invitado para dar apertura al actual ciclo lectivo.
Sus polémicas palabras circularon, y fueron repudiadas por muchos sectores, en los días subsiguientes. Palabras que no pueden quedarse en el olvido como si hubiese pasado una mosca por al lado nuestro.
Uno de los principales responsables de impartir justicia en nuestro país señaló: “Hay una afirmación que yo veo como un síntoma innegable de fe populista y en mi país se escucha con frecuencia, según la cual detrás de cada necesidad debe haber un derecho. Obviamente un mundo donde todas las necesidades son satisfechas es deseado por todos, pero no existe. Si existiera, no tendría ningún sentido la discusión política y moral”.
Y agregó para que no queden dudas: “No puede haber un derecho detrás de cada necesidad porque no hay suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades, a menos que restrinjamos qué se entiende por necesidad y que se entienda por derecho a las acciones que no son jurídicamente ejecutables”. Una clara alusión a la frase célebre de Eva Duarte de Perón y eje vertebral de las ideas peronistas, “Donde hay una necesidad, hay un derecho”.
¿Llaman la atención estas palabras de quien fuera puesto a dedo en la Corte Suprema por el ex presidente Mauricio Macri y quien hubiera actuado como abogado, entre otras, del multimedio Clarín, de Petroquímica Cuyo, Panamerican Energy, Esso, YPF, Claro, Día, la Clínica Estrada o Farmacity y Pegasus, las dos últimas pertenecientes al entonces vicejefe de Gabinete de Macri, Mario Quintana?
¿Pueden sorprendernos estas declaraciones de quien promovió esa masivamente repudiada decisión de aplicar el 2×1, medida por la cual se reducía la pena de los genocidas y torturadores que habían actuado durante la dictadura?
No. Es coherente con su ideología y con el modelo de país, y de mundo que pretende. Lo llamativo, es que, alguien que se formó para impartir justicia, y que además ocupa el cargo más importante para hacerlo, contradiga un mandato constitucional básico como es el de atender los intereses y necesidades de la mayoría y bregar por el cumplimiento de las leyes que las amparan.
El periodista Roberto Caballero en El Destape comentaba, a cuento de estas declaraciones, que esas ideas ya tuvieron un antecesor que las puso en práctica, anuló toda posibilidad de legislación al punto de llegar a cerrar el Congreso, y que esa persona se llamaba Jorge Rafael Videla.
Esto que, a prima face, podría observarse como una contradicción entre su función como cortesano e ideología no es más que una síntesis constitutiva acorde a su lógica de pensamiento. Su praxis jurídica está direccionada, claramente, hacia los poderosos y contra las mayorías y el fortalecimiento del Estado.
En este sentido, una vez más lo que se pone en juego es, justamente, el rol y, más aún, la existencia del estado.
El doctor en Historia, Pablo Stefanoni (2021) nos habla en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha? de las utopías neorreaccionarias y dice al respecto que “los neorreaccionarios consideran la democracia un producto catastrófico de la modernidad (…) El único remedio, dicen, es un neoelitismo oligárquico, en el que el papel del gobierno no debería ser representar la voluntad de un pueblo irracional, sino gobernarlo correctamente (…) la clave está en tratar a los Estados como empresas. En la utopía neoreaccionaria, los países serían desmantelados y transformados en compañías competidoras administradas por directores generales competentes; algún tipo de variante o combinación de monarquía, aristocracia o del denominado “neocameralismo”, en el que el Estado es una sociedad anónima dividida en acciones y dirigida por un CEO que maximiza los beneficios. Una suerte de feudalismo corporativo (Goodman, 2015).”
Las palabras de Rosenkrantz van en esta línea, avanzar en el sentido de desprestigiar el Estado, el único capaz de contener a las mayorías, de dar respuestas en materia de salud ante una pandemia (tal como quedó demostrado en el mundo, allí donde el Estado estuvo presente los resultados en materia de fallecimientos y de pérdidas económicas y de puestos de trabajo, fue menor), de garantizar la soberanía, de promover educación de calidad, desarrollo científico- técnico y de la industria del conocimiento, entre otros.
Si al Estado se le quita la capacidad de dar respuesta a las necesidades, al Poder Legislativo de dictar leyes en consecuencia y a quienes integran la Corte Suprema de bregar por el cumplimiento de las mismas, la democracia empieza a perder su carácter de tal y ya no hará falta preguntarse si Estado sí o no y para qué, si no que el mercado en manos del poder económico, industrial, agrario, mediático y judicial se habrá hecho dueño absoluto del mundo.
Las derechas, las nuevas derechas, las derechas alternativas o los neorreaccionarios, según quien los nombre, con sus discursos cargados de impunidad y con la construcción de la cultura de odio como proa, ganan adeptxs día a día, una adhesión que se hace cada vez más visible.
«Al fascizarse, el decepcionado del deseo de Occidente se vuelve el enemigo de Occidente porque, en realidad, su deseo de Occidente no se satisface. Ese fascismo organiza una pulsión agresiva, nihilista y destructora porque se constituye a partir de una represión íntima y negativa del deseo de Occidente» –señaló oportunamente el pensador francés Alain Badiou al referirse a lo que él denomina «radicalización» a lo que es una pura y simple «regresión» y que se puede leer en el libro Neofascismo editado por Capital Intelectual y del que da cuenta el periodista Fernando D´Addario en nota para el periódico Página 12 (https://www.pagina12.com.ar/426651-intelectuales-advierten-sobre-el-avance-de-la-extrema-derech).
Entre las decepciones, los discursos cada vez más concentrados y en una sola dirección, las democracias debilitadas, el poder económico envalentonado y un poder judicial complaciente con ellos y con impunidad para decir lo que piensan sin ponerse colorados, las izquierdas, el progresismo o los movimientos populares deberán retomar el camino de la indignación en serio, recuperar la épica y la creatividad, ganar el corazón de la juventud desencantada, ponerse a la vanguardia de un proceso de transformación real para que las democracias se fortalezcan y para que no quede duda alguna que allí donde hay una necesidad hay un derecho.
Bibliografía:
Stefanoni, Pablo (2021): ¿La rebeldía se volvió de derecha? Siglo XXI Editores. Pág. 53 y 54