POR PRIMERA VEZ LLEGA A JUICIO UN CASO DE VIOLENCIA OBSTÉTRICA
Por Amarú Varela
La violencia obstétrica existe a partir de la institucionalización de los partos, cuando se adoptó la costumbre de que estos ocurrieran en centros de salud en lugar de casas. A partir de este cambio de paradigma, el parto dejó de ser algo natural para ser una práctica médica en la que, como señala la doctora Marbella Camacaro Cuevas, especialista venezolana en el área de violencia de género y salud, se trastocan los protagonismos al pasar de las manos de las parteras a los profesionales de la salud. Pero no sólo eso, pues el lugar preponderante ya no lo ocupa la mujer, sino el profesional de la salud. Camacaro cuestiona incluso el hecho de que, siendo los hospitales lugares donde se tratan enfermedades, se piense que son el sitio ideal para traer una nueva vida. Esto significa que estamos “patologizando lo natural, naturalizando lo patológico”. Si bien la institucionalización ha traído beneficios para las mujeres y sus recién nacidos, también ha incrementado los abusos y ha estimulado conductas que antes no se daban y que ahora denominamos “violencia obstétrica”.
En nuestro país, la violencia obstétrica no está tipificada como un delito en el Código Penal, pero está conceptualizada en la Ley 26.485 de protección integral contra toda forma de violencia contra las mujeres. El art. 6 de dicha ley la define como “aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales”. Además, existe la Ley 25.929 de Parto Humanizado sancionada en el año 2004. En esta se prevé los derechos de la mujer, en relación con el embarazo, trabajo de parto, parto y postparto, a ser informada de las intervenciones médicas, a decidir por cuál optar y a recibir información sobre los cuidados de sí misma y del niño o niña que dió a luz, entre otras.
Todos y todas conocimos (como mínimo) algún hecho de violencia obstétrica de algún familiar, conocida o amiga, si es que no lo vivimos en primera persona. Y si bien se ha naturalizado cada vez más este trato con el correr de los años, ahora las mujeres decimos basta. Basta de aceptar el maltrato de los tratamientos o estudios ginecólogicos, basta de estar en la sala de parto y que el personal médico que te atiende se ría, se burle o te destrate. Basta de sufrir en silencio. Y la lista sigue.
Johanna Piferrer sufrió en carne propia la violencia obstétrica. En octubre del año 2014, y con 33 semanas de embarazo, se presentó a hacerse un control de rutina y los médicos confirmaron que el bebé en gestación había sido víctima de lo que se conoce como “muerte perinatal”.
A Johanna la internaron en el sector de maternidad. Pidió que la llevaran a otro lugar, ya que ahí estaban las mujeres que ya habían dado a luz y estaban festejando su maternidad. Ella, en cambio, empezaba a vivir un calvario que caracterizó como “un mecanismo de tortura”.
El obstetra quiso inducirla a que lleve adelante un parto natural, cuando ella solicitó una cesárea por cuestiones obvias: no estaba en condiciones físicas ni psicológicas para afrontarlo. La respuesta de los “profesionales”: “No es necesario, porque ya no es una urgencia”.
Pasaron 10 horas para le practiquen la césarea. Sí, 10 horas con su hijo muerto en la panza. Nunca la sacaron de maternidad. Tuvo que soportar todo sola. Al otro día, cuando le empezó a salir leche de sus pechos, le avisó a una enfermera para que la ayude y esta no tuvo mejor respuesta que decirle a Johanna: “Y bueno mamita, te vas a tener que apretar las tetas” y se fue. A quién le importa el parto respetado. A quién le importa el respeto hacia el otro. Para algunos siempre es más fácil mirar para un costado. De sororidad ni hablar.
Todas las violencias que soportó no terminaron ahí. Cuando fue a la morgue a retirar los restos de Ciro, se lo entregaron en una caja azul de archivo (esas donde se guardan los papeles de oficina). La hicieron elegir entre dos opciones: se lo llevaba en esa caja a la cochería o lo dejaba en el hospital para lo que tiren como desecho patológico. El papá de Ciro se despidió mirando una cajita con los restos de su bebé.
Ella tomó la decisión de cremarlo, porque para la medicina argentina, los restos de fetos son NN, no llevan nombre ni apellido y tampoco se pueden registrar.
Por todo el sufrimiento que padecieron ella y su familia, presentó la denuncia ante la CONSAVIG, que es la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la elaboración de Sanciones de la Violencia de Género dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. En el primer informe estadístico del organismo, realizado a principios de 2018, destaca que cada cuatro días una mujer denuncia violencia obstétrica.
Luego, Johanna decidió iniciar la primera demanda del país en el fuero civil por daños y perjuicios por violencia obstétrica contra la medicina prepaga y la clínica, las cuales no se dieron a conocer. Si el fallo es favorable puede sentar jurisprudencia para los futuros casos que lleguen a instancia judicial, que seguramente serán muchos.
“Las mujeres que parimos sin vida, también tenemos derecho a tener un parto respetado”.
Basta de Violencia Obstétrica
La Violencia Obstétrica es Violencia de Género