PARA PENSAR LA INSEGURIDAD
Por Gustavo Vera
La cuestión de la inseguridad sigue siendo un problema sin solución práctica, ni síntesis discursiva entre el progresismo o el campo popular. La preocupación y la necesidad de encontrar una solución para los sectores populares, que según cualquier estadística son los que más sufren los episodios de inseguridad, se chocan con las respuestas de corte punitivitas y de mano dura, azuzadas desde los grandes medios de comunicación.
En los últimos días, el debate sobre el tema volvió a tomar masividad pública cuando un carnicero que fue asaltado persiguió al ladrón con su auto hasta atropellarlo y asesinarlo. Este episodio tomó tal magnitud que hasta el Presidente de la Nación se involucró en el asunto y sostuvo que no había razón para que el carnicero esté preso porque según él “no hay peligro de fuga”. Esta cuestión que puso nuevamente en el tapete la fatídica idea de la Justicia por mano propia, es más acorde a las películas de vaqueros que a un estado de derecho.
Sin embargo, entre el espanto que nos produce que la más alta autoridad del Estado Nacional diga una cosa así en público, pasó casi inadvertido que ambos actores (tanto el ladrón como el carnicero) pertenecían a los sectores populares, en un enfrentamiento directo de pobres contra pobres que en nuestro país se agranda cada vez más. Todo esto en el marco de unas fuerzas de seguridad que, desde el 10 de
diciembre a esta parte, parecen tener la “mano suelta” para hacer lo que quieren en los barrios. Y si a todo esto, le sumamos que entre las clases bajas el discurso punitivista cala bien hondo, la cuestión se pone aún más difícil de resolver o al menos de pensar la temática.
La tendencia entre todos los que pensamos que la inseguridad es el producto de la desigualdad social- y que no hay personas que nacen malas por voluntad divina- es siempre ubicar nuestro registro ideológico desde el lado del que producto de la exclusión social tiene que tomar la drástica decisión de salir a robar para poder comer. Sin embargo, pocas veces ponemos los ojos entre aquellos que sufren el acto delictivo que, vale la pena insistir con esto, en su gran mayoría son tan pobres y trabajadores como el que comete el robo. Y entonces vemos como estos salen a pedir mano dura y “no sólo garantizar los derechos de los delincuentes” en los micrófonos de los medios masivos, que gustosos se prestan a fomentar el odio y la guerra entre personas de la misma clase social. Algo semejante pasa con la cuestión de la legalización del aborto: no sólo entre los sectores de la alta sociedad se encuentra el rechazo a este tema, el rechazo también existe y está muy extendido, en los sectores populares, donde la Iglesia Católica tiene gran influencia ideológica, mientras miles de pibas pobres mueren a manos de carniceros clandestinos en salitas ocultas de los barrios.
Entonces, cómo tratar y pensar un tema tan sensible y candente desde el campo popular sigue siendo una cuestión que no encuentra síntesis. El Kichnerismo en el gobierno intentó dar un vuelco de 180 grados a la política de seguridad, cuando a fines del año 2010, y tras los episodios funestos del Parque Indoamericano creó un Ministerio de Seguridad Nacional con la clara intencionalidad política de terminar con el co-gobierno de las Fuerzas de Seguridad e imprimirle una perspectiva de Derechos Humanos a la práctica política sobre el tema.
Como ministra, Nilda Garré – que había tenido un paso con éxito por el Ministerio de Defensa barriendo a los jerarcas que quedaban en las tres fuerzas desde la última dictadura cívico-militar- quiso dar la batalla cultural y por ejemplo abrió mesas de seguridad en los distintos barrios para debatir desde una lógica de “no mano dura” sobre la cuestión de la inseguridad. Los resultados fueron muy pobres, no sólo no se logró ganar la batalla discursiva en los medios de comunicación sobre cómo tratar la inseguridad, ni descabezar a los poli-ladrones insertos en la Federal y la Bonaerense, sino que se pudo confirmar que mayoritariamente la gente de los barrios populares entendía que la única solución a la inseguridad eran más policías y “matar a todos los chorros”. Por lo que aquellas mesas se disolvieron rápidamente. Tan rotundo fue el fracaso de Garré que tuvo que dejar el Ministerio y su lugar fue ocupado, aunque nunca con el título oficial de ministro, por Sergio Berni, quien tiene una formación ideológica sobre el tema totalmente contrapuesta a la histórica militante del Peronismo.
Pensar la inseguridad desde el campo popular sigue siendo una asignatura pendiente entre los que nos consideramos parte de él. Sin embargo, de lo que estamos seguros, es que las respuestas ultra progresistas que más tienen que ver con los claustros universitarios, y que poco registro tienen de la realidad de los barrios populares argentinos, sólo espantan a aquellos que viven en carne propia el flagelo de la inseguridad día a día. Pero tampoco hay que renunciar nunca a la idea de que todo hecho de inseguridad, todo atentado de uno contra otro, responde siempre y en todos los casos a la exclusión social. Porque la desigualdad no es parte de un plan divino, sino que es un programa de gobierno pensando por unos hombres para sojuzgar a otros. Por lo tanto, entendemos, más allá de lo que diga el Presidente, que nunca debemos renunciar a pensarnos dentro de un estado de derecho para solucionar cualquier cuestión.
Eugenio Raúl Zaffaroni, uno que sabe alguito del tema, lo define bien: “Esta confrontación es mundial entre un capital mundial expoliador y un capital productivo razonable. Esa es la confrontación que estamos viviendo y la tenemos que jugar en el campo del Derecho, porque fuera del Derecho sólo queda la violencia y en la violencia quienes pierden son las clases desfavorecidas que son las que siempre ponen los muertos”.