MÚSICAS PARA SALTAR EL CERCO EN ÉPOCAS DE TANBIÓNICA Y LA MAR EN LIMUSINA
Por Javier Tucci
El ser que es oprimido representa para el que oprime un signo vital al que hay que temerle, como a los dioses, sino ¿Por qué se lo ha perseguido siempre?
Las minorías fueron silenciadas pero no acalladas, están más ardientes que nunca, y el ejemplo más claro es la representación de las manifestaciones culturales que proponen rescatar y reconfigurar el origen.
Como único objetivo de esta sección pretendemos analizar el rol crítico transformador de la música, no el sentido oportunista, vacío en contenido y adornado sólo por el simbolismo de la moda. Trataremos de contrastar simultáneamente estas dos construcciones -que no siempre se visualizan- o modos de ser, en el sentir y hacer donde se moldean las subjetividades de millones de personas a lo largo y ancho del planeta, en un escenario de colonización y descolonización cultural.
Pondremos el acento en deliberar que lo que conocemos como “rock” es la máxima industria cultural que se ha colado en nuestro continente desde y para un mercado con exigencias de consumo de clase media. Y en ese devenir queremos dar a conocer la cultura acallada del rock, sus raíces, ese que no nació justamente en un garaje estadounidense o británico, sino desde la privación de libertad que sufrieron los esclavos negros africanos y, por otro lado inmiscuirnos en las raíces-también acalladas por el mercado- de nuestras músicas originarias del continente americano. De esta manera podremos acercarnos a “nuestra” música, a la resistencia del mestizaje cultural que luchó y lucha por no perder su identidad.
Intentaremos poner el acento en una base analítica y contingente de la historia, con la premisa fundamental de hacer hincapié en cómo se construyeron-y se construyen-las identidades alrededor de una manifestación cultural, social, política y económica, como es el Rock y la música popular latinoamericana, mediada por dos corrientes: la Popular y la Comercial Mercantilista.
El Rocky la música en general son expresiones culturales populares; medios en que las personas pueden depositar sus esperanzas, frustraciones y, sobre todo, las diferentes percepciones de un mundo en el que constantemente se someten y se alienan las identidades.
¡A las discográficas les molesta y mucho!
A lo largo y ancho de nuestro continente las resistencias culturales que se dieron a través de la música negra (afroamericana y mestiza), merecen toda nuestra atención, porque fue en el occidente absolutista donde surgieron estilos como el Blues, Rythm and Blues y otros subgéneros como el Reggae, que permitieron alimentar a lo que hoy conocemos como la World Music o músicas del mundo, un nuevo camino de convivencia, músicas híbridas que trasgreden el mercado, que se autogestionan y que no escatiman a la hora de fusionar ritmos, instrumentos, lenguas y costumbres: un combo multicultural revolucionario.
Hacia finales de los ochenta, con gran afianzamiento en los ’90, el rock de América Latina y el Mundo comenzó a explorar otras melodías con qué fusionar su historia ampliamente atravesada por diferentes culturas y sentimientos de época.
El fragor comunitario ha prevalecido frente a la amenaza del neoliberalismo por vaciar la cultura. Hay ejemplos de sobra como los Mano Negra (Francia y resto del mundo), Los Fabulosos Cadillacs y Todos Tus Muertos (Argentina), Negú Gorriac (País Vasco), Mezcaleros (última banda de Joe Strummer), etc. Y ya que hablamos del ex cantante de los Clash, quien fue uno de los pilares junto a Bob Marley de lo que conocemos como Músicas del Mundo, está bueno recordar que fue una de las bandas que rompió con el molde punk “no future”, cambiándolo por mensajes esperanzadores y críticos sobre la sociedad de consumo y las políticas liberales, que posibilitaron explorar y rendir muy buen tributo a las músicas pertenecientes a otras culturas, ajenas al mercado comercial occidental, como también lo viene haciendo el ex cantante de Talking Heads, David Byrne.
En el siglo XXI es Manu Chao quien juega ese rol de juglar nómada que se abre a la experiencia de dejarse atravesar por las culturas de toda nuestra tierra y se anima hasta producir bandas como Amadou et Mariam, un dúo musical proveniente de Malí. Ese meterse, ese recorrido antropológico que llevan a cabo muchas agrupaciones rockeras y no rockeras, es el renacer de las comunidades, las costumbres y formas culturales que fueron silenciadas por la modernidad, pero que hoy vuelven contra todo mercado, aglutinándose en la trinchera de lo latinoamericano, lo negro, lo andino y lo mestizo.
También queremos dejar bien en claro que no somos ningunos iluminados ni iluminatis, como sí se creyeron algunos críticos que catalogaron al rock como “chabón” y lo pusieron contra el paredón, acusándolo de sujetos futbolizados y violentos, en vez de leer la historia que travesaba al país. Ese dejo de realidad es fruto de una amnesia de época que provocó el olvido de una matriz que se levantó como receta en los ’70 y se agudizó en los ’90, convirtiéndose en la verdadera causante de vacíos incalculables, una artillería diseñada que se encargó de sembrar locura y desigualdad.
En resumidas cuentas, queremos que puedas disfrutar de historias y musas-sin fainá- de la música andina, el blues, la Cueca, el jazz en todas sus vertientes, el joropo, los nuevos y raros sonidos nuevos de la electrónica y fusiones de lo que se te ocurran, Merengue con grunge, folk rock, folclores de Alaska a La Antártida; Rancheras y corridos mejicanotes, metálica arrabal sin que te pidan credencial ni fe de hígado; Son, danzón, chachachá, mambo, punk, salsa, Samba, bossa nova, Tamborito, Tango, Vallenato, murga, candombe y cumbia, entre otras yerbas.
Porque sabemos que tu mamá dice que para actuar te mantengas lejos de aquel lugar…nosotros te decimos que hagas lo contrario, que pongas todo en un embudo y sientas cómo te atraviesa la cultura.