LAS TRES V DE BELGRANO
LAS TRES V DE BELGRANO
Por Beatriz Chisleanschi
Si no fuera por la pandemia, nuestro país estaría vestido por estos días, y durante todo el año, con los colores de nuestra bandera. Y no es para menos, en este 2020 se cumplen 250 años del nacimiento y 200 del fallecimiento de su creador, don Juan Manuel Belgrano.
Un hombre que nació en el seno de una familia adinerada, lo que le permitió realizar sus estudios universitarios en Europa, pero que, a su regreso, y en nombre de la Libertad, la Independencia y la Patria enarboló muchas más banderas que aquella que izó por vez primera a orillas del Paraná.
A Belgrano se lo reconoce por sus victorias, y fracasos, por su participación en el proceso revolucionario que desembocó en el 25 de mayo de 1810, por el encuentro en Posta de Yatasto con San Martín y la campaña del Norte, por sus firmes convicciones, entereza y dignidad y sus ideas sobre la economía. Sin embargo, la historia, o mejor aún, el relato que se ha hecho de la historia, lo mandó al destierro. Imposible ocultar la creación de nuestro emblema nacional, pero sí hacerlo con sus ideas progresistas para la época, y aún, ahora. De haber existido la televisión, quizás una reconocida conductora de almuerzos le hubiese dicho “estás muy politizado, muy de izquierda”.
Bucear en la historia y los escritos de Belgrano nos encuentra con un hombre que defendió la igualdad, que fue un precursor en materia de defensa de la ecología y de los bosques naturales. Sólo basta mencionar su primera Memoria del 15 de junio de 1796 titulada “Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio, en un país agricultor”. Un ideólogo que habló de la importancia de democratizar la tierra, de la necesidad de crear escuelas para todxs lxs chicxs del país, y del ingreso al sistema educativo en todos sus niveles de hombres y mujeres por igual. Sí, de hombres y mujeres por igual.
«La naturaleza nos anuncia una mujer; muy pronto va a ser madre y a presentarnos conciudadanos en quienes debe inspirar las primeras ideas, ¿y qué ha de enseñarles, si a ella nada le han enseñado? ¿Cómo ha de desenrollar las virtudes morales y sociales, las cuales son las costumbres que están situadas en el fondo de los corazones de sus hijos?” -señalaba desde su periódico El Correo de Comercio, don Juan Manuel Belgrano en un escrito dedicado especialmente a los hombres de mayo. Un adelantado en su época, un convencido de que la igualdad entre el hombre y la mujer era algo necesario y, sobre todo, natural.
“¿Quién le ha dicho que esas virtudes son la justicia, la verdad, la buena fe, la decencia, la beneficencia, el espíritu, y que estas calidades son tan necesarias al hombre como la razón de que proceden? Ruboricémonos, pero digámoslo: nadie; y es tiempo ya de que se arbitren los medios de desviar un tan grave daño si se quiere que las buenas costumbres sean generales y uniformes» -continuaba.
Hoy, en pleno siglo XXI, cuando aún se cuestiona el lugar de la mujer en las sociedades, el respeto a la autopercepción sexual y la Educación Sexual Integral (ESI) -una ley nacional de aplicación obligatoria en las escuelas-, Belgrano reivindicaba a la mujer llamádola “el bello sexo”.
“Hemos dicho que uno de los objetos de la política es formar las buenas costumbres en el Estado; y en efecto son esencialísimas para la felicidad moral y física de una nación (…) Pero ¿cómo formar las buenas costumbres, y generalizarlas con uniformidad? ¡Qué pronto hallaríamos la contestación si la enseñanza de ambos sexos estuviera en el pie debido! Más por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia”-proclamaba también desde las páginas de su periódico.
Lejos de considerar a la mujer como un objeto, para nuestro prócer eran “las encargadas de mejorar la sociedad porque ellas son las que forman a los ciudadanos, son las moderadoras, el instrumento fundamental para el cambio social», y como tales, tenían derecho a elegir el hombre con quien querían o deseaban casarse. Toda una definición en épocas donde los matrimonios eran pactados y muy pocas las mujeres que se rebelaron a ello.
La emancipación y la independencia económica formaron también parte de las ideas que Belgrano proclamaba para la mujer. Para ello promovió la enseñanza del tejido y el hilado ya que “con el trabajo de sus manos [las mujeres] se irían formando peculio para encontrar pretendientes a su consorcio; criadas de esta forma, serían madres de una familia útil y aplicada; ocupadas en trabajo que les sería lucroso tendrían retiro, rubor y honestidad”.
Las tres “p” de la masculinidad que esgrimió el antropólogo David Gilmore, “preñar”, “proveer”, “proteger”, encuentran su oposición en las ideas belgranianas que parecen andar más por el camino de la deconstrucción (en términos actuales) que en la construcción de códigos de género dominantes, de masculinidades dominantes.
Belgrano y las capitanas
¿Es casual que en ese relato histórico de bronce y con componentes patriarcales y machistas se hayan borrado las definiciones que el abogado y político hiciera en torno a la inclusión de la mujer en diferentes aspectos de la vida social, política y, como se señaló recién, educativa? Todo indicaría que no.
“Se deben poner escuelas gratuitas para las niñas donde se les enseñase la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc. y principalmente inspirarles el amor al trabajo para separarlas de la ociosidad tan perjudicial o más en las mujeres que en los hombres. Entonces, las jóvenes aplicadas, usando de sus habilidades, en sus casas, o puestos a servir no vagarán ociosas, ayudarán a sus padres, o los descargarían del cuidado de su sustento; lejos de ser onerosas en sus casas la multitud de hijos harían felices las familias”. -señaló Belgrano ante las autoridades virreinales mientras que, dos años antes, Olympe de Gouges había sido guillotinada en Francia por sus propios camaradas revolucionarios tras haber publicado la “Declaración sobre los Derechos de la Mujer”.
A Belgrano se lo trató, peyorativamente, de homosexual, como si la elección de la sexualidad incidiese en algo en su accionar y en sus convicciones. Lo importante era acallar su pensamiento, ocultar sus faceta revolucionaria, ubicarlo en un lugar secundario del acontecer histórico.
Del relato también desaparecieron los ascensos a capitanas ordenados por el militar argentino, Juana Azurduy, Martina Silva de Gurruchaga y, nuestra Madre Patria, o Matria, María Remedios del Valle, una mujer afrodescendiente que a fuerza de rebeldía y convicción, se unió al ejército de Belgrano, luchó por la independencia de nuestro país y murió pobre y mendiga.
Si aún hoy las fuerzas castrenses conservan un sesgo machista, impensable mujeres capitanas en los albores del siglo XIX.
Belgrano falleció el 20 de junio de 1820 a los 50 años de edad. Seguramente, nunca imaginó que 250 años después una ola feminista recorrería el mundo y que, en su querida Patria, se estuviera muy cerca de aprobar la legalización del aborto. Más, no es dificil suponer, que si fuese un jóven del siglo XXI andaría con su mochila a cuesta con los pañuelos violeta y verde colgados de ella.
El creador de nuestra bandera.
Un precursor en materia de género.
Como señala la historiadora Araceli Bellota en una nota de la Revista Caras y Caretas (de la que hemos tomado muchos de los textos que aquí se comparten) “Sería justo que la historiografía escolar enseñara también que fue el primer feminista en el Río de la Plata”.
Belgrano, el hombre de las tres V: Victoria, Valentía y, en pleno auge sororo, Violeta, ese hermoso color que une a las mujeres del mundo en su lucha y que encuentra su arraigo en las ideas del prócer argentino.