LA OBRA DE ARTE DE DAVID BOWIE

Nacer y morir al mismo tiempo:

Por Javier Tucci

Hoy, David Robert Jones, más conocido por su nombre artístico David Bowie, hubiera cumplido 72 años. Este mismo día, pero en 2016, presentaba su último trabajo “Blackstar” para dos días después morir. Dentro de dos días, conmemoramos el tercer aniversario de su desaparición física, pero siempre habrá discazos y varias películas con su sello para disfrutar por infinitas generaciones.

David Bowie no paró de crear ni un segundo, tal es así que lo hizo hasta el último aliento con Blackstar, publicado el 8 de enero de 2016, el mismo día de su cumpleaños número 69, a dos días de su muerte el 10 de enero.

Este británico que transitó por todos los recovecos del arte contemporáneo (teatro, música, poesía y cine) supo alinearse al cosmos de cada época como vanguardista, y lo hizo a través de diferentes alter egos. Basta recordar su impronta de finales de los ’60 y en los tempranos ’70 con su futurista joven extraterrestre Ziggy Stardust, que lo llevó a la cima de la estética Glam.

Luego vendría su metamorfosis en Aladdin Sane y el Duque Blanco, un personaje que simulaba a un frío señorito de aire alemán en una década que empezaba a mediar en años y en los que una vez más dejó demostrada su capacidad camaleónica – o de reinvención- que luego lo condujeron al soul y el funk newyorquino, con discos como Young Americans (1975) y Station to Station (1976). Y así también a las producciones en Berlín, esa trilogía conformada por Low, Héroes y Lodger, grabadas junto a Brian Eno e influenciadas por el sonido pop electrónico alemán “Krafwerk”. Sobre el disco Héroes, y como dato color de su estadía en Berlín, diferentes versiones (se han transformado en mitos) afirman que lo grabó en una semana sin dormir, a base de una dieta de zanahorias, pimientos rojos, leche y cocaína.

Pero sus performances para nombrar al mundo no terminaron ahí, sino que continuaron transformándose en la entrada a los años ’80 con Scary Monsters (1980) y luego con Let´s Dance (1983) y Tonigth en el año orwelliano de 1984, sumando la incursión en Tin Machine hacia finales de la década. Luego, durante los ’90 y los primeros años del nuevo siglo XXI, desplegaría su artillería musical desde un pop industrial-electrónico y digital con discos como Outside (1995), Earthling (1997) y Hours (1999), sin olvidar esa reminiscencia al acid jazz y soul que pudo verse en su álbum de 1993 Black Tie White Noise. Tampoco podemos olvidarnos de sus dos discazos de la primera década del nuevo milenio Heathen (2002) y Reality (2003), caracterizados por un pulcro pop. Pero fue en su obra culmine donde podemos encontrar un cierre que huele más a apertura con la canción Lázarus, el corte de Blackstar, su último trabajo discográfico. Dicha obra muestra al David Bowie hombre eterno, y es a partir de ella que muchos han unido sus sentidos y emociones a una interpretación bíblica. Recordemos que Lázaro, según el Evangelio de Juan (11:41-44) fue revivido por Jesús y que, a partir de esta historia, su nombre es utilizado frecuentemente como sinónimo de resurrección. De aquí, una posible lectura de la estrofa del tema Lázarus de Blackstar: “Estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no se pueden ver. Un drama que no puede ser robado. Todo el mundo me conoce ahora”.

Luego del fallecimiento de Bowie salieron a la luz bizarreadas -aunque interesantes enfoques- como aquella que vincula su obra de cinco décadas a un trabajo transversal en clave mitológica del ocultismo occidental, (aunque no creamos en dicha proclamación).

Lo que debería hacer cualquiera que ha escuchado a este hombre terrenal, a este artista a la altura de John Lennon e Ígor Stravinsky, es seguir dando a conocer su tantísima obra, tan variada y conectada a la contingencia de la existencia y más allá de las estrellas.

Según el filósofo Martín Heidegger “la obra de-arte se mueve ciertamente en un círculo: de la obra pasamos al arte y de este a la obra (…)”. Y si lo analizamos en esta clave, podremos entonces decir que Bowie fue, es y será un genio como pocos en la historia de la Humanidad. Porque logró una mutación que al mismo tiempo camufló su arte en este camino del que habla Heidegger, donde vuelve a ser obra en su recorrido circular constante, hasta el punto de hacerse huella cultural. No todos los artistas dejan su marca tan milimétricamente lograda en la elíptica historia. Es por eso que el músico, el poeta, el actor, en fin… el artista multifacético, el joven, el adulto, el viejo, serán siempre el mismo punto de partida y de llegada, como si todo hubiera sido planeado por alguien que estuvo siempre viajando al pasado y al futuro de la tierra, con el objetivo de contarnos de qué iba a venir nuestra próxima parada.

El “Hombre que cayó a la tierra” aquel 8 de enero de 1947 y que se fue de gira hace tres años, fue un ser de este planeta. ¡Sí señora… de éste, el único que hemos de conocer! Vale esta aclaración por si algunx todavía no entendió que esa sobrevaloración “espiritual” o endiosamiento no es tan necesaria para convivir con el héroe-antihéroe.

Hace tres años se iba un eterno, uno de los mejores seres que ha dado la cultura popular y el arte del siglo XX y XXI; y para su deseo de “ser libre como el pájaro azul” (lo dice en su premonitoria canción Lázarus), desde acá, seguiremos escuchando su mensaje desde una lata para verlo renacer en otros con su PLAN-NO PLAN.