Elecciones en Brasil:
LA CRISIS DEMOCRÁTICA Y LA FALTA DE RESPUESTA
Por Miguela Varela
El hasta hace unos meses outsider de extrema derecha se convirtió a partir de ayer en el candidato más firme y popular que tiene el establishment. La sorpresa se transformó en miedo y en una necesaria revisión de las estrategias políticas del PT para poder triunfar en la segunda vuelta.
Jair Bolsonaro conquistó ayer el 46.23% de los votos, dejando atrás al candidato de Lula, Fernando Haddad, con el 29.21%. Son estos números los que generaron pánico sobre el destino de la democracia brasilera: si no gana Haddad, pierde la democracia. Pero es preciso plantear si la democracia brasilera no comenzó a perderse de antemano, cuando dejó de resolver las demandas populares. Es extraño sorprendernos hasta estos extremos si analizamos detalladamente lo lejos que se encuentra la política del pueblo brasilero.
El proceso de erosión que viene sufriendo la democracia brasilera terminó cristalizando en un candidato que representa la negación de los consensos básicos de la democracia. Con un trasfondo de profundas desigualdades sociales y económicas, de un golpe parlamentario a la ex Presidenta, de una atomización de los partidos y acuerdos políticos, de falta de posturas políticas claras y de un discurso anti política impulsado por el poder. Y con un factor determinante: la democracia no resolvió los problemas de su pueblo. Si bien con el PT se recuperaron derechos, las deficiencias estructurales permanecieron, sumado a que no se escucharon las nuevas demandas de un sector que había trepado algunos escalones sociales.
La no democracia política
Los casos de corrupción conocidos en los últimos años, impulsados por una estrategia mediática y judicial del establishment para desacreditar la política, terminaron de confirmar en el pueblo algo que ya intuía: los partidos políticos tradicionales ya no lo representan. Demás está decir lo fundamental que fueron los años del PT en el gobierno para sacar a millones de la pobreza y restaurarles sus derechos. Sin embargo, no alcanzó ni alcanzará. Pretender reconquistar el voto popular repitiendo formatos del pasado es una tarea de dudosa efectividad cuando del otro lado existe un candidato que representa a la “no política”, la no corrección política con un discurso cargado de violencia y sin un partido que lo respalde. Es decir, algo nuevo que, como mínimo, promete no repetir los fracasos de lxs políticxs del pasado.
Por otro lado, el sistema político brasilero está diseñado para que la gobernabilidad se sostenga sobre bases de acuerdos espurios. Este esquema, en momentos de tensión política como la actual, donde la sociedad demanda posturas claras, no da respuestas. Las posturas vacilantes ya no tienen lugar y menos cuando el candidato del poder construye un perfil tan contundente: misógino, xenófobo, religioso, anti corrupción, anti estado y anti democrático.
La no democracia económica
Cuando la democracia es sólo discurso pero no mejora la vida del pueblo, casi no existe. No alcanza con las elecciones si el país se encuentra sumergido en décadas de desigualdad, hambre y falta de oportunidades. Algo que existe desde mucho antes que Bolsonaro. Por eso el voto al candidato de la derecha no está formado exclusivamente por la clase alta brasilera, sino por una parte de la clase media y de las clases más bajas. Desempleo, salarios de subsistencia, falta de vivienda, acceso restringido a la educación: eso no es propio de la democracia. Entonces, ¿por qué acusar a lxs votantes de no comprender los valores de la democracia, si fue la democracia la que no ha sabidocomprenderlxs? ¿Por qué creer que el PT en el único salvador de la democracia cuando no ha sabido/querido/podido transformar las bases de una sociedad excluyente que no representa a la ciudadanía? Es hora de dejar de culpar al pueblo.
La no democracia social
La representación política no se construye de la noche a la mañana. Cuando la política se presenta como un bien de consumo descartable con candidaturas alejadas de les trabajadores de a pie, este paradigma luego se aplica tanto para lxs candidatxs de izquierda como de derecha. Cuando la política no impulsa lazos solidarios ni redes horizontales, sino soluciones iluminadas desde lo alto del Planalto difícilmente la sociedad le reconozca algún mérito. Cuando la política intenta explicarle al pueblo lo que éste realmente necesita sin escuchar sus voces, los resultados electorales también pueden ser desconcertantes. Si la agenda de la sociedad está siendo discutida en los medios hegemónicos, y sólo se intenta disputar en estos escenarios, es allí también donde se pierde la disputa. Es en espacios propios del pueblo donde se construye la verdadera democracia social, no es en los grandes estudios de televisión, ni en las salas de coaching de las consultoras de marketing político, ni en las reuniones de 3 o 4 candidatxs. Es hablando con lxs verdaderxs trabajadores.
Por eso, asombra la sorpresa de los resultados. Cuando las sociedades se hartan de la no democracia, elijen otra cosa. Y no es sabio condenarlos por eso, como si el pueblo fuese un conjunto de ovejas que obedece a las órdenes de los medios de comunicación. El pueblo no es sabio sólo cuando eligió a Lula, ni es tonto cuando eligió a Bolsonaro. Lo que exige el pueblo brasilero es una respuesta.