GRACIELA CARMEN PANE: UNA MEMORIA QUE BUSCA JUSTICIA
Por Juan Manuel Ciucci
Con su libro “Cartas a Gracielita. Mi hermana, víctima del terrorismo de Estado” Lina Avellaneda busca recuperar en palabras la vida y los sueños de la joven secuestrada y asesinada el 2 de octubre de 1975, cuando reinaba el horror de la Triple A. Un crimen que a más de 45 años aún continúa impune.
Hay recuerdos tan traumáticos y dolorosos que cuesta mucho, muchísimo, poner en palabras. Que van construyendo una memoria personal, que reaparece de pronto inesperada, aunque siempre se la supo presente. Que con detalles que con el correr de los años parecen superfluos, terminan sin embargo permitiéndonos reconstruir quizás una vida entera. Lina Avellaneda nos invita a ese viaje por una memoria dolorosa en su libro “Cartas a Gracielita”, donde en un diálogo epistolar con su hermana víctima del terrorismo de Estado nos permite conocer mejor no sólo a Graciela Carmen Pane, sino a ella misma y a toda una generación de compañeres que hoy nos siguen faltando. Pero también a las madres y padres que perdieron a sus hijes y que debieron construirse en la lucha, y a una sociedad que fue testigo/cómplice de aquel horror que aún nos lastima.
Lina no oculta las dificultades a las que debió enfrentarse en esta escritura: “Y ya me está costando de nuevo seguir. Hay mucho dolor, nena. Primero por vos, después por todo. Mañana retomo” termina su carta del 24 de noviembre de 2020. Es que el libro es un registro de cartas a su hermana que comienzan en plena pandemia, el 15/11/2020, “un día antes del que sería tu cumpleaños 68 empiezo, por fin, a escribir los recuerdos que como hermana menor tengo de vos, Graciela”, nos cuenta. Están allí entonces tanto los recuerdos de su hermana como algunas de sus vivencias ante el encierro y el temor que nos trajo el covid19. Logra así con este conjunto de cartas ingresarnos a un mundo tan privado como conocido: “el sentimiento de hermandad”, una “ternura inmensa” que les duró (y dura) toda la vida. Pero es un arduo camino el que ha elegido transitar, donde las cicatrices vuelven a rebelarse con todo el ardor de una herida mal curada. “Es que lo que sigue doliendo sale como puede”, le/nos dice Lina, y no cuesta nada comprenderla.
Sabremos así que es éste libro una conquista, luego de muchos intentos, y de una página web donde se guardan algunas de sus fotografías y memorias. Y es bueno que así lo sea, pues se convierte en un hermoso homenaje para Graciela, pero también para su madre, Ermelinda Rosa Roche, la que siempre utilizó el diminutivo Gracielita para referirse a su hija asesinada, y que en la lucha construyó y defendió su memoria. Accedemos en estas cartas al costado íntimo, personal de una víctima que ya no será “un número dentro del fatídico número 30000”, algo importante para Lina no para separarla de les compañeres, sino justamente para que desde su individualidad tomen más presencia quienes nos faltan. Resuena un libro de similares intenciones sumamente hermoso llamado “Hermano, Paco Urondo” donde Beatriz Urondo llevó al papel todo el amor y el dolor que como hermana cargó por tantos años.
Recorrer aquellas vidas nos tienta siempre a la excepcionalidad, y son numerosos los pasajes donde Lina destaca lo especial que era/es Graciela, su entrega y compromiso que pueden destacarse con pequeñas historias desde que eran tan niñas. Pero también esa excepción es parte de una herencia a conquistar, a compartir, a construir. “Nos gusta pensar que, gracias a su recuerdo, pudimos avanzar en derechos en cuanto al trato a los/as/es estudiantes en la participación política”, cuentan en un pequeño prólogo les pibes del Centro de Estudiantes de la Escuela que hoy lleva su nombre en Villa Domínico. Son figuras de una heroicidad que no las aleja de nuestro presente, sino que más bien las impulsa como modelo a seguir para nuestras luchas del hoy. Graciela militó en la Federación Juvenil Comunista, primero en el secundario y luego en la UTN de Avellaneda, donde estudiaba Ingeniería Química. Lina destaca y remarca aquella militancia, de la que ella misma también fue parte.
Figuran por lo tanto en el libro los amores, deseos, intereses, compromisos de una breve existencia que fue segada por el horror genocida en sus florecientes 23 años. En fecha tan dolorosa como octubre de 1975, donde aún se mantenían algunas libertades democráticas pero donde el terror de la Triple A ya volvía imposible la vida y la existencia de muches. Lina detalla las dificultades judiciales que transitaron para encontrar justicia, que aun hoy les sigue siendo esquiva. Es por esto el libro es entonces no sólo un necesario ejercicio de memoria, sino también una búsqueda de justicia, un intento más por encarcelar a los culpables. Que como dice Taty Almeida en su prólogo, nos demuestra “el valor de dar testimonio a pesar de saber (que algunos miraron para otro lado) y sufrir la falta de respuestas al soportar el dolor por una detención y asesinato que aún no encuentra justicia”. Será entonces Graciela una parte de aquellos dolores que, en definitiva, transformamos en lucha cada 24 de marzo cuando marchamos a la Plaza.