Entrevista a Lilita Baldi autora del mural comunitario en las paredes del Hospital Durand
EL ARTE COMUNITARIO COMO RESPUESTA
Por Ana Belén Marrello/PH. Ana Belén Marrello
Dos mujeres le consultan por dónde ingresar al servicio de ginecología del Durand. Ella detiene su trabajo con la espátula y señala, con guantes de látex blancos manchados con pintura azul y cemento, el ingreso al hospital. Un muchacho pasa con su almuerzo y se saludan. Al rato, un hombre que da la vuelta a la manzana también le dice ‘hola’. Más tarde llega una madre con su hijito de cuatro años y ella les muestra el lugar libre de la pared para que el niño dibuje con lápiz el ratoncito que luego ella pintará con acrílico, adornará con espejitos y pedacitos de azulejos de colores y le pondrá su nombre: Milo.
Se trata de la artista plástica Lilita Baldi, vecina del barrio de Caballito, que confeccionó un mural comunitario en las paredes exteriores del Hospital Durand. Primero decoró su casa, que está en frente, y luego, durante la pandemia, pidió permiso a la Comuna 6 para realizar un árbol con un corazón en agradecimiento a la labor de médicxs y enfermerxs. Mientras cocinaba, escuchó en el noticiero que les habían robado en una guardia una mochila y un celular a médicxs de La Plata y ella canalizó la indignación en una obra de arte.
“Soy autodidacta pura. Trabajaba en radio, nada que ver, y un día empecé a pintar cuadros. Tuve la suerte de exponer en un par de lugares, como en el Paseo de las Artes, en el ciclo de ‘Quinquela vive’, porque en esos lugares no tengo que pagar para exponer. Cuando trabajaba en radio, a veces trabajaba con bandas unders, y les decía que no tenían que pagar por tocar. Entonces no acepto pagar por tener que exponer un cuadro. Me parece que el arte no tiene que estar pagando. Pintaba cuadros en mi casa, a veces vendía, a veces no, y llegó un momento, hace tres años, que me harté del bastidor, del lienzo chiquitito, y dije ‘es hora de animarme y sacar mi arte a la calle’. Es un arte un poco loco, no soy mosaiquista, hago collage con materiales recuperados, con bandejas que se les rompen a las vecinas, con espejos, con materiales que les sobran a arquitectos, con lo que sobra de la refacción de una cocina. Entonces quise hacer un arte recuperador y concientizador”, define Lilita Baldi, mientras con su espátula descascara pedacitos de la pared dibujados y pintados y coloca cemento para pegar trocitos de azulejos y de vidrios de colores.
El árbol de la vida. Muralista Lilita Baldi
Y continúa su relato: “El primer mural fue ‘el árbol de la vida’, de la esquina (Eleodoro Lobos y Arturo Jauretche). Estaba en casa y escuché en las noticias que a médicos de La Plata les habían robado la mochila y el celular. Y pensé que era una vergüenza, que antes los aplaudíamos, y que ahora no sólo les pagan mal, sino que les roban. Así que pedí permiso al jefe de la Comuna para hacer un corazón de 70 centímetros diciendo ‘Gracias doctor’, como un genérico, porque no sé escribir en mosaico. Resulta que le mandé un mensaje y le dije ‘me expandí un poquito’. Cuando terminé el corazón pasaba la gente y me preguntaba si yo había hecho el corazón del Marie Curie. ‘No, ni sabía que había un corazón’. La verdad es que me dio un poquito de bronca, por mí, porque pensé que había sido original. Justo venía caminando el barrendero y se me ocurrió pedirle que pusiera la mano. ‘No sé para qué, pero usted ponga la mano acá’. Y empezó a venir gente y a poner la mano y a dibujar. Terminé haciendo un corazón rodeado de casi 100 manos, creo que hay noventa y siete. Vinieron desde militares a policías, desde médicos a camilleros, desde barrenderos a abogados, está la mano del rabino, me faltaba la del cura, y vino un cura. Pero no es que yo fui llamando, sino que pensé ‘si el cura tiene que estar, va a aparecer’. Y estaba en frente sacándome fotos. Rarísimo”. El mural del árbol de la vida lo inauguró el 8 de agosto de 2022.
“Se me ocurrió decirles a los vecinos que me trajeran lo que se les rompía, lo que tuvieran, y ahí me trajeron collares, juguetes. Si mirás con detenimiento, cada mural tiene un pedacito de cada uno. Me traen la bandejita que era de la abuela, escrita en hebreo. El otro día vino una chica y se la pegué en el momento. Estaba re emocionada. Una vez que terminé ‘el árbol de la vida’ dije ‘tengo que seguir’. La Comuna me dio el permiso y pedí la pared. El jefe de la Comuna me preguntó ‘pero, ¿vas a poder tanto?’, y le digo ‘vos quedate tranquilo que yo voy a poder’. Y empecé. Me faltaba color, la gente no me donaba cosas de color y se me ocurrió hacer una convocatoria a los que sí hacen mosaico, que me trajeran una hojita del color que quisieran para hacer ‘el árbol de la inclusión’, y recibí de todo el país. Hubo varios comercios y talleres que se coparon, hasta hubo una confusión, que un comercio de Paternal lo publicó y la gente les comenzó a mandar a ellos. Me sirvió porque tenían muchos clientes y alumnos y vinieron más cantidad de hojitas. La cosa es que fui terminando de a poquito el ‘árbol de la inclusión’, ‘el camino de la empatía’, ‘el muro de las creencias’, porque veo que la gente necesita creer en algo. Una señora me había donado una virgen para poner en el árbol de la esquina y dije ‘no da poner una virgen, porque sino tendría que poner todas las religiones’. Me quedó eso en la cabeza y en ese paredón está la imagen del Rebe (Rabino) Jabad-Lubávich, una esfinge egipcia, un ojo griego, una virgen, una Mafalda, una bombilla. Un chico me dejó una llave, porque creía que iba a tener una casa este año. No sé, no lo vi más. Otro chico iba en bicicleta, se le cayó un anillo metalero y me lo dejó porque creía en el rock. Pero lo más lindo que hay ahí es la creencia de Roma, una nenita que ahora cumplió cuatro años, que me trajo un chupete. Me gustó porque se formó una especie de tótem barrial en la pared”.
Lilita tiene 65 años, está casada, ambxs son jubiladxs, y tienen tres hijxs. Una mujer de 34 y dos hombres de 40 y 45. En la familia también hay nietxs. “Mi vínculo con el arte se lo tengo que agradecer a una maestra que tuve en 5to grado, 6to y 7mo. Porque en el Estado, antes, tenías la misma maestra en tres o cuatro años seguidos. La señorita Regina Bertolotti de la Escuela “General San Martín” Nº 32 (del partido de San Martín, provincia de Buenos Aires). Me iba re bien, siempre era abanderada por la aplicación en el estudio, no por la conducta. Me hartaba de todo enseguida, me cansaba, me aburría. Adelantaba la tarea que tenía que hacer en mi casa porque quería estar libre, quería andar en bicicleta con mis amigas, quería ayudarle a mi papá a construir la casa. Siempre me hartaba hacer durante horas algo que me obligaran. Y esta maestra, una genia, me decía ‘yo a vos te voy a curar de una manera’. En 5to grado. Ella tenía una radio Spica y acá se podía escuchar la música clásica de Radio Colonia. Entonces ella me tapaba los ojos con el cinturón del guardapolvo, me sentaba al escritorio y en un papel grande de grafito, que le pedía al fiambrero del barrio, don José, un día me daba acuarelas, otro día me daba pinceles, lápices de pasta, ahora le dicen crayones, siempre me daba algo distinto y me decía ‘escuchá la música, dibujá y olvidate del límite’. Y ella fue la que me enseñó a crear. Después yo no podía creer las cosas que hacía. Algunas cosas las hacía en hojas Canson y me decía que después eran cuadros en su casa. No sé si era cierto, pero yo me sentía feliz”.
“En mi casa éramos muy humildes, muy pobres. Cuando yo estaba por nacer, a mi mamá la llevó el camión de la forrajería, el capero, a la maternidad de Santa Rosa en Florida, Vicente López. Mi mamá era modista y mi papá albañil. Llegaron a tener su casa, su coche, les dieron estudios a sus hijas, pero era otro país. Vivíamos en un ranchito con techo de chapa, que se volaba, y para mí mi papá era Súperman, porque iba a buscar la chapa. Estaba todo pintado en color maíz. Teníamos macetas rojas con malvones, y la casita amarilla. Era hermosa. Para mí era un palacio. Nunca sentí que fuera un ranchito. Todos mis compañeros tenían el ‘Simulcop’, que era un librito de papel de calcar con imágenes ya impresas donde podías calcar desde la cara de San Martín hasta el pistilo de una flor. Mi mamá me decía ‘eso lo hacen los mediocres’. Eran los dos descendientes de alemanes y tanos. ‘Vos tenés que ser una persona culta y saber defenderte sola’, me decía, ‘porque si yo te dejo calcar, mañana te vas a copiar y no vas a crear’. Mi mamá era del campo y estudió hasta tercer grado. Me daba coscorrones, esa era la parte fea. Pero yo dibujaba la cara de San Martín, el país de Argentina, perfecto, a pulso. Ella dibujaba hermoso. Yo aprendí a dibujar caballos. Mi mamá me enseñó. Así que es una conjunción de maestra y madre. Mi casa estaba adornada con cuadros que yo pintaba con témperas, porque no teníamos plata. Siempre era naturaleza. Mi única rebeldía es que yo no quería comer carne, que me obligaban. Porque había tenido fiebre reumática y decían que por los huesos. Yo no como ningún animal hace 34 años. Porque son seres como nosotros. Y eso es lo que hace que en mi arte haya plantas y animales. Sean en caricatura o como sea, siempre mi tributo es a la Madre Natura. Yo no mato ni una araña, ni una hormiga. Rescato abejas, mariposas”.
“Los chicos que pasan, yo les dije si querían ser parte del mural, como en el anterior, y les pido que dibujen su versión del Ratón Pérez y que me pongan su nombre. Ellos lo dibujan y yo lo pinto. Está el de una estudiante de Bellas Artes, el de Kiara de tres años, Camila, Ema, Gabriel, Bruno, Rena, Luciana, Jazmín, y dibujaron dientes que fue encontrando el ratón. Mi arte es otra cosa. Es arte al instante. El que pasa y quiere ser parte, lo es. Siempre y cuando haya espacio. Lo que estoy necesitando son acrílicos, marca ‘pirulex’. Ahora tengo mucho mosaico, azulejo, vidrio, espejo. Pero necesito el acrílico para poder terminar. No se va con la lluvia y si veo que se comienza a deteriorar vengo y lo retoco. No voy a dejar que se arruine”. Como cementos adhesivos impermeables usa las marcas ‘Klaukol’ o ‘Weber’ que son las que ella conoce y le dan resultado.
El camino de la empatía. Muralista Lilita Baldi
En radio, Lilita ayudó un tiempo en la producción al músico Miguel Vilanova, más conocido como ‘Botafogo’. Eran los años ’90. Atendía el teléfono y recibía a lxs artistas. Ahí le picó el bichito de la radio, entonces comenzó a tener su propio programa. Juntó gente que supiera de radio y armó un programa en FM La Boca que se llamaba ‘Blusero del alma’. Luego armó otro, que salía por internet, llamado ‘Agarrate Catalina’ (no por la murga uruguaya), con oyentes de todo el mundo, como Europa. Se encargaba de la conducción, de la producción, de todo. “Las bandas unders me traían los cd’s, yo los pasaba y los promocionaba, y les conseguía lugares para que tocaran. Nunca cobré un peso, porque lo hacía con amor. Cobraba cuando trabajaba en la radio. Yo era feliz igual. Me decían ‘Mamá Blues’. En Cristóbal, un bar en la esquina de Telefé, por ejemplo, los hacía tocar de a tres bandas por noche y no dejaba que pagaran. Les decía ‘el bar se lleva la consumición, ustedes se llevan plena la recaudación de sus entradas’. Lo único, porque después yo ya no podía pagar el programa en FM La Boca donde empezaron a cobrar más caro, les hacía un borderó a las bandas y las que querían pagar el programa aportaban, y todo quedaba registrado. Entonces el programa era de todos y no sólo que les pasaba la música, sino que ellos venían cuando querían. Cuando comenzó el tema de las discográficas y los sellos se hizo más difícil seguir”, cuenta Lilita y se declara fanática de los Rolling Stones. Tiene puesta una remera con muchas lenguas estonas, pero lamentablemente nunca llegó a verlos en vivo. Sí vio a Eric Clapton, B. B. King, Pappo, su ídolo, Pink Floyd y bandas locales, “todas”, señala.
– ¿Vivís hace mucho en Caballito?
– Era de San Martín, me casé a los 19, viví hasta los 20 en San Martín y después viví en Almagro, primero en Francisco Acuña, después en Rawson, y por último mis suegros nos ayudaron con un préstamo a comprar la casa donde vivo ahora, que estaba destruida totalmente y con mi marido la fuimos reacondicionando. Tuvimos que hacer la cocina nueva, el baño. No tenía plata para pintar hasta arriba así que les pregunté a los pintores cuánto me cobraban hasta la mitad. ‘Cuando termine de hacer lo que tengo en la cabeza, los llamo’, les dije. Puse un cartelito en la puerta que pedía: ‘todo lo que se les rompa, menos el alma, tráiganlo’. Todos los días bolsas de platos, espejos, hasta pasó una chica que tenía un taller de cerámica en San Isidro o en Olivos, y me empezó a traer las piezas rotas o falladas. Cuando terminé el frente de mi casa, que lo hice en un mes, el 15 de febrero de 2021, justo Caballito cumplía 200 años. No sabía de qué color pintarlo y una señora me dice ‘usted hizo un tributo a la Madre Naturaleza, ¿por qué no lo pinta de verde, que abarca todos los colores?’. ‘Tiene razón’. Tenía que ver qué verde combinaba. Un señor que escuchó la conversación me avisa que Caballito cumplía 200 años. ‘No sabía’. ‘Píntelo de verde por Ferro’, y así quedó.
Ahí me di cuenta de cómo a la gente le gusta participar y colaborar. Al principio quería hacer un mural de Pappo, porque soy fanática de él. Y al año, cuando pasó lo de los médicos dije ‘no, Pappo me encanta, pero los médicos son más importantes’, y para homenajear, porque Pappo tiene homenajes por todos lados. Es un genio, pero bueno, y además a mí la cara de Pappo no me iba a salir”, contó entre risas Lilita y remarcó la importancia del trabajo comunitario, “la obra de los vecinos, porque si a mí los vecinos no me donan yo no puedo hacer nada. Por Instagram aviso que necesito tal cosa y vienen al día siguiente con los espejitos o me lo dejan en la ventana, que yo a veces abro la ventana y vuela un plato a la ‘miércoles’. O dicen: ‘antes, cuando se me rompía algo lo tiraba y ahora, no, Lilita’. Eso quiero que la gente sepa, lo que los vecinos unidos podemos hacer. Y sin banderas políticas partidarias. Cada uno puede tener la ideología que quiera. Pero el arte es universal.
– ¿Hay en el barrio otros murales confeccionados por vos?
– Un mural de las Islas Malvinas en el Colegio Dámaso Centeno, que se inauguró el 11 de abril pasado. Están hechas con las venecitas verdes y marrones de aulas que están refaccionando, platos que me llevaban los padres y rodeadas de 60 manos de ex combatientes de todo el país. A las dos semanas se hizo el de Sui Generis (Charly García y Nito Mestre estudiaron en ese colegio), que está en el comedor, y todos los medios le hicieron nota al de Sui Generis y no a los combatientes que vinieron con sus familias y fue maravilloso. Está ubicado en el fondo a la derecha, al lado de un limonero. A un soldado que vive en Brasil y perdió las dos manos le hice un corazón. Es hermosa la energía que tiene ese mural. Y ahí conocí a dos veteranos que son del barrio, uno de ellos iza la bandera en Parque Centenario, en Primera Junta y en Plaza Irlanda, a las 8 de la mañana en cada acto patrio. Era aviador del Hércules. Como ese mural no se podía ver, hice las Malvinas acá (en la pared del Durand) para que la gente lo vea. Tiene un cenicero del aviador, que se lo habían dado en el 83 en un bar temático que estaba frente a la Base Aérea de Palomar. Y arriba hay metido un botón de una chica que vio que lo estaba haciendo y no entendí si era del papá o no tenía nada del papá. Hay unas florcitas rosas, con pedacitos de azulejitos, que marcan dónde fue cada combate. La que es más grande es donde cayeron más soldados.
Islas Malvinas. Muralista Lilita Baldi
En Aguas Verdes hice todo el frente de una Sociedad de Fomento y en un costado hice las Malvinas chiquitas e iba a hacer todo un camino marino porque, al final, los chicos de una escuela hicieron un mural hermoso donde hay niños repartiendo los panes que les daban a los soldados que llegaban. También, en Aguas Verdes intervine las columnas de luz de tres vecinos. Por lo general no cobro, el acuerdo es que ellos me dan el material y lo que sobra de pintura queda para mí.
Por último, Lilita Baldi sigue describiendo el enorme mural que hizo sobre la calle Arturo Jauretche, sobre la pared que rodea al Durand. “La orca es la que está cautiva hace 32 años, es un macho. Cuando pasan los chicos yo les cuento ‘está presa en una pileta, la gente paga entrada para verla presa y tendría que estar en libertad. Arriba puse símbolos de pesos y un corazón y pregunto: ‘a los dueños de Mundo Marino, qué les importa más, ¿el amor al dinero o preservar la especie?’. Y los pájaros que están más allá son dos gavilanes mixtos a los que todavía no se les desarrolló el plumaje, por un hombre que tiró abajo un pino centenario que tenía en la casa y tenía el nido de los pájaros”, se lamenta.
“Cuando inauguré el mural de la cuadra vivieron 85 personas y hubo sorteos con 55 premios que me donaron todos los comerciantes del barrio. Hasta un tensiómetro para tomar la presión me dio la farmacia. El de la óptica me dio para hacer tres pares de anteojos recetados, el del laboratorio del Durand me dio unos elementos para el escritorio y unas botellitas que se las ganaron dos nenes, editorial Colihue me dio libros. Fue hermoso”.
Para contactarla para donaciones de materiales, sobre todo de pinturas acrílicas, su Instagram es @ElMundoDeLilita