Crónica
CUANDO LA BATALLA CULTURAL SE PONE EN MARCHA
Miles marcharon por la despenalización de la marihuana
Por Quique Duplaá
Fotografía: Cecilia Markic
Llegó el día.
Como todos los años estaba ansioso esperando que llegue este día. Son muchas las cosas que se conjugan cuando salís a marchar. La convicción de que estás haciendo algo necesario, el encontrarse con los compañeros de lucha, el gozo de manifestar públicamente tu pasión, entre otras. En nuestro caso, además, nos fumamos uno bien grande en la puerta del Congreso de la Nación.
Debo confesar que esta marcha la viví distinta. Llegué sabiendo que luego me tenía que sentar a escribir, entonces no quería perderme nada. Recorrí la marcha de atrás para adelante, charle con los que iban caminando, con los que llevaban banderas, con los vendedores de comida. También con los curiosos que tenían un discurso más o menos en común: “se nota que son pibes comunes, pacíficos”
Si les preguntaba por qué habían venido, todos hablaban de libertad. La frase “yo no jodo a nadie” retumbó durante todas las largas cuadras.
Ya no sorprende que un tipo canoso, como el que escribe, comparta un churro -de su propia planta – con pibes de distintas barriadas mientras se pasan secretos de cultivo.
Pero los militantes cannabicos, esos son otra cosa. Son los que llevan la bandera, los que organizan eventos en sus barrios. Se reúnen con sus vecinos, dan charlas sobre la cantidad enorme de beneficios que se obtienen de la planta, elaboran proyectos políticos, se reúnen con todos los dirigentes políticos que tienen ganas de saber sobre el tema. A ellos les debemos la batalla más difícil: La cultural.
Marché con algunos que manifestaban una especial felicidad. Estaban caminando por las mismas calles en donde cadetean todos los días. Y quizás esta simpática venganza se manifestaba en el tamaño de sus porros. Estuve compartiendo con ellos, gladiadores de los trámites de oficina, unas secas de unos porros grandes como paquetes de pan rallado.
Esta marcha tuvo también una participación especial, estaban las madres de chiquitos y chiquitas con epilepsia refractaria. Una enfermedad que provoca hasta 700 convulsiones por día, pero que con la administración de una gota de cannabis, puede reducirse a 3. No es mi intención ponerme en científico, pero estas cosas pasan.
Ellas marchan empujando las sillas de ruedas de sus hijos. Sonrientes, contenidas, sabiendo que hay 150.000 personas que están dispuestas a compartir sus flores con ellas para ayudar en la salud de sus hijos. Estas cosas claro que pasan.
Me voy alejando del tumulto de gente, pero me acompaña el humo de siempre, ese humo dulzón al que ni los choris pueden combatir. Debajo de él todas son risas, alegría, fiesta.
Al otro día, domingo, fuimos tapa del tristemente célebre diario Clarín.
La batalla cultural de la que hablábamos más arriba, se inclina a nuestro favor.
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