LA POLÍTICA Y LAS PALABRAS HERMOSAS
Entre la paz, la unidad y la necesidad de llenar a los significantes
de contenidos y razones.
Por Gustavo Vera
Como en todos los rubros en que se mueven los hombres, hay palabras en política que por el sólo hecho de usarlas, uno ya obtiene un valor agregado. Tienen una plusvalía extra que nos hace lograr una interacción distinta con el otro, o al menos nos dan la posibilidad de poner a ese otro en un compromiso de reciprocidad. El caso más emblemático de este tipo, tal vez sea la palabra “paz”. Cualquiera que use un argumento en torno a la idea de paz, tendrá un bonus-track a favor del que podrá disponer cuando le sea conveniente. Lo políticamente correcto cuaja perfectamente con cierta semiótica de las palabras hermosas. Podremos discutir luego si la paz como concepto político es simplemente un artilugio del poderoso para doblegar aún más al dominado, si vale la pena la paz a cualquier costo, o si alcanza con mensajes pacíficos para cambiar el mundo (alguna vez escuché a Alejandro Dolina decir que a ningún puerto hubiera llegado Mahatma Gandhi, si en vez de tener de contrincante un imperio cansado de “hacerse cargo” de una colonia, se hubiera enfrentado a dictadores de la brutalidad de Hitler o Stalin), pero nadie podrá decir nunca que la palabra “paz” no tiene una potencialidad positiva desde el vamos.
Luego de la derrota electoral que el Movimiento Nacional padeciera en noviembre último, la palabra más de moda – y que ranquea en la pole position de cualquier discurso que se precie con capacidad de convencer a otro- es “unidad”. La unidad es la palabra del momento. “Unidad para construir lo que viene”, “Unidad para reconstruir el Movimiento”, “Unidad para hacer la autocrítica necesaria”. Siempre unidad. Quién puede quitarle esa sensibilidad especial a la palabra unidad. Nadie en su sano juicio político podría decir que está en contra de tal cosa: todos unidos triunfaremos ¿y si no? Nos devoran los de afuera, dice la canción o el verso gaucho, o tal vez ambos.
La búsqueda de la unidad no es algo de esta época, la historia del Movimiento Nacional es un devenir de encuentros y desencuentros y de exuberantes pedidos de unidad. Sin embargo, existe una tendencia a creer que el sector más a la derecha dentro del Movimiento es el que mejor entiende el concepto de unidad (por el pragmatismo político con el que en general construyen), mientras que al lado más corrido a la izquierda, se lo cree con barretinas puristas que excluyen las contradicciones de cualquier movimiento policlasista, cuestión que dificulta el dinamismo en la praxis. Lo cierto es que en ambos casos, y al margen de las interpretaciones filosóficas del mundo que tenga cada “bando”, la idea de unidad del Movimiento Nacional se repite de forma transversal. La idea de unidad entonces no parece ser un problema, el quid de la cuestión es qué cosa es lo que se une.
A partir de la ruptura del bloque de diputados nacionales del FPV- PJ, que el Movimiento Evita realizará en los últimos días, la discusión sobre qué partes es necesario unir para recuperar el Estado en manos de la oligarquía, volvió a tomar ímpetu. Porque aquello es lo realmente importante del planteo del Movimiento Evita, ¿hasta dónde se estiran los márgenes para poder enfrentar al Macrismo? Todas la demás intrigas de la “rosca” política son secundarias. Lo principal es cuán amplio tiene que ser ese gran movimiento anti Macrista que plantean. Y, entonces, de allí se desprenden nuevas pregunta: ¿volver a ser gobierno para qué? Un gran frente anti Macrista que asegure una victoria electoral pero pone a un político como Massa o como el propio Urtubey al frente del Estado, ¿significa recuperar la Patria? ¿Cualquiera que se reivindique peronista en este país tiene los mismos intereses, las mismas inquietudes políticas que Juan Perón o que Néstor Kirchner?
El Peronismo infiltrado por los sectores concentrados de la economía y por los países centrales, fue diez años gobierno a fines de siglo pasado y dejó un país devastado y un pueblo hambriento. En qué se diferencia aquella experiencia política con la actual, salvo por el hecho (nada menor es cierto) de que esta vez son los dueños del país los que se hacen cargo del Estado directamente, formando un partido político que venció en las urnas de manera tristemente inédita en nuestra historia. Y decir esto no es caer en la miopía política de la izquierda adolescente argentina que militó el voto en blanco en la última elección, en donde existían enormes diferencias políticas entre un candidato y el otro, entre un proyecto político y el otro, y ni siquiera es hacer un culto del sectarismo político tan en boga hoy en algunos sectores dinámicos, pero con paupérrimas posibilidades electorales, dentro del Kirchnerismo más duro. Decir esto es simplemente diferenciar lo que a simple vista no es igual, sino más bien lo contrario.
Algunos analistas políticos sostienen que si Cristina Fernández de Kirchner decide ser candidata a senadora nacional el año que viene y las encuestas la acompañan, el conjunto del Peronismo se encolumnará atrás de ella y el escenario se ordenará. Es muy posible que así sea, pero qué ocurre si esto no sucede, ¿cualquier opción que se presente con potencia electoral -por más que en nada o en casi nada se diferencie del Macrismo y aunque se reivindique peronista-, es válida para ganar la elección? Tal vez la respuesta sea un sí rotundo, pero el interrogante para qué seguirá rondando.
Palabras como “unidad” o “paz” son como algunos jugadores de fútbol para el periodismo deportivo, siempre empiezan los partidos con un siete. La cuestión, parece ser, es intentar desentramarlas y no quedarse sólo con su exterioridad avasallante y liberadora. En las ciencias sociales, no siempre uno más uno es dos y lo sacro no existe. Parafraseando a Laclau, como el Peronismo, el significante “unidad” está vacío y la forma en que se llena, no parece dar lo mismo.